lunedì 19 dicembre 2016

Racconto di Natale - Cuento de Navidad - Relat de Nadal



Voglio augurarvi a tutti voi un Buon Natale con questo raccontino che ho scritto qualche Natale fa:

L'altro giorno prima di uscire di casa ho preparato con cura la stanza e rifatto il letto di mia figlia, la quale arrivava quello stesso pomeriggio dall'estero. Erano diversi mesi che non ci vedevamo. Mentre stendevo accuratamente le lenzuola, che avevo preso dal fondo del cassetto dell' armadio, mi sono affiorati ricordi di quaranta anni prima:
Un giorno, in cui anch'io ritornavo a casa per le feste di Natale dopo mesi di assenza, ho trovato la mia camera in ordine ma il letto era disfatto. Le lenzuola, il cuscino e le coperte erano appoggiate su una sedia. Il letto spoglio mi  rattristiva, fino a che non l'ho rifatto con cura non mi sono sentita a casa.
Via via che passavano gli anni la mia camera era diventata una specie di ripostiglio, ma non ci facevo più caso perché capivo che mia madre, soffrendo di una malattia polmonare, in quel periodo non riusciva a pensare alle piccole cose.
Una delle ultime  volte in cui sono tornata a casa non mi aspettavo molte attenzioni, invece trovai il letto rifatto con la biancheria profumata. Ne fui così felice che quelle feste mi sono sembrate più belle”

A volte una piccola premura è meglio di un grande regalo.

Un abbraccio


Cuento  de Navidad

Quiero desearos a todos Feliz Navidad con este pequeño relato que escribí hace algunas Navidades:

El otro día antes de salir de casa arreglé el cuarto e hice la cama de mi hija, que iba a llegar del extranjero, aquella misma tarde. Hacía varios meses que no nos veíamos. Mientras desdoblaba las sábanas que había cogido del fondo de un cajón del armario me reaparecieron imágenes de cuarenta años atrás:
Una tarde, en que yo regresaba a casa para las vacaciones de Navidad después de muchos meses de ausencia, encontré mi habitación ordenada, pero la cama estaba deshecha. Las sábanas y las mantas estaban dobladas en una silla junto a la almohada. El lecho desnudo me dio tristeza, hasta que no arreglé la ropa de la cama y las frazadas no me sentí en casa. A medida que iba pasando los años mi habitación se convirtió en una especie de trastero, pero a mí  no me sabía mal porque entendía que mi madre, padeciendo en aquella época una enfermedad pulmonar, no lograra pensar en aquellas pequeñeces. Uno de los últimos años en que fui a pasar las fiestas a casa, no esperaba detalles o formas de cariño, sin embargo encontré la cama recién hecha con sábanas perfumadas. Me alegré mucho y aquellas fiestas me parecieron más bonitas. 

A veces una pequeña demostración de ternura es mejor que un gran regalo.



Relat de Nadal
Vull desitjar-vos a tots un Bon Nadal amb aquest petit relat que vaig escriure fa alguns Nadals:

L'altra dia abans de sortir de casa vaig preparar el cuarto i el llit de la meva filla, que arribava de l'estranger, aquella mateixa tarda. Feia alguns mesos que no ens vèiem. Mentre desplegava els llençols que havia agafat del fons d'un calaix del armari van tornar-me imatges de quaranta anys enrere:
“Una tarda, en què jo tornava a casa per les vacances de Nadal després de faltar molts mesos, vaig trobar la meva habitació ordenada, però el llit estava desfet. Els llençols i les mantes estaven plegats en una cadira amb el coxi. El llit nu em va donar tristesa, fins que no vaig arreglar la roba del llit i les flassades no em vaig sentir a casa. De mica en mica, a mesura que passava el temps la meva habitació s'havia convertit en una mena de rabòs, però a mi ja no m'importava perquè entenía que a rel de la seva malaltia pulmonar la mare no podía pensar en les petites coses. Un dels últims anys en què vaig anar a passar les festes a casa, quan ja no esperava els seus detalls, vaig trobar el llit acabat de fer amb llençols perfumats. Em vaig alegrar moltíssim i aquelles festes em van semblar més boniques. 

A vegades una petita demostració de tendresa és millor que un gran regal



sabato 17 dicembre 2016

Cartas de la madre














Durante veinte años las cartas de la madre le fueron llegando sin faltar cada semana.
El cartero en bicicleta las traía los jueves o los viernes. Alguna que otra vez la carta no aparecía en el manojo de la bolsa de piel de correos, entonces Laura decía a Lucio:
- ¡Qué raro que no hayan llegado noticias de mamá!, pero por sus adentros sentía una especie de alivio, luego se arrepentía y se sentía culpable.
En otras ocasiones le llegaban dos cartas seguidas.
Laura se había fijado que después de algunas cartas rutinarias, en las que su madre, hablaba poco de ella misma, llegaba una carta más larga cargada de congoja, a la que ella llamaba  carta mala. Por eso primero las leía deprisa para no sufrir y luego volvía a hacerlo despacio. Por la noche en voz alta le recitaba a Lucio algunos trocitos que se había aprendido de memoria, sobre todo  los que la madre describía la vida cotidiana de la familia o contaba anécdotas de la gente del pueblo. La parte quejumbrosa se la ahorraba siempre.
Aquella noche de otoño Laura estaba un poco acatarrada, le apetecía quedarse sola en casa, por eso le dijo a Lucio que fuera sólo al concierto.
Cenó  y luego se sentó en el sofá con el paquete de cartas de la madre, que días atrás había sacado de un cajón del desván.
Hacía casi diez años que su madre había fallecido. Su muerte se produjo a raíz de una caída. Estuvo tres horas echada en el jardín sin poder moverse, antes que el marido pudiera llamar a una ambulancia.
Cogió una de ellas al azar y empezó a leer  aquella letra tan bonita.

Querida hija:
Estoy sentada en la cocina, la casa está callada, tu padre se ha ido a jugar a cartas al Casino. Hoy como cada sábado te escribo al salir de misa. ¡Qué buena invención el poder ir a santificar la fiesta en las tardes de los sábados! Me encanta anticipar las cosas y no tener nada pendiente.
Mi papá me predicaba siempre: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, yo he seguido su enseñanza toda la vida, al pie de la letra.
Cuando éramos jóvenes tu tía y yo cada domingo teníamos que levantarnos temprano para ir a la iglesia. Tu abuela Carla madrugaba incluso los domingos, a las ocho, cuando en invierno empezaba a amanecer, hacía adrede ruido con potes y cacerolas y a las nueve en punto nos empezaba a echar de la cama diciéndonos:
- Chicas, el cura no os va a esperar, la misa está a punto de empezar.
La función comenzaba a las diez, pero ella no soportaba que nos desperezásemos largo rato bajo las sábanas.
Las dos hermanas salíamos deprisa con los ojos aún soñolientos, las cabezas tapadas con mantillas negras y el misal en la mano. Lo único que me gustaba era estar quieta en mi banco observando a los chicos del pueblo y a los pocos forasteros que caían durante las fiestas. Ahora todo el mundo se sienta donde le apetece, antes los hombres se ponían a la derecha y las mujeres a la izquierda. Yo me quedo en los bancos de  atrás para que no me vean, desde que tú te marcharse, ya no me gusta arreglarme y salir de casa. Sólo voy a misa los sábado para no encontrar a nadie que me diga:
-¿Tú hija está casada o no? ¿Aún vive con  el extranjero?
Me siento inferior cuando oigo esas palabras, quisiera fundirme y desaparecer, no sé qué contestar. No te quiero apenar siempre con la misma historia. Hay que aceptar todo lo que viene, ¿no? Pero tú ya sabes como soy yo, me deprimo pensando en la desgracia que me ha tocado.
Me tomo todas las pastillas que me ha recetado el médico, pero no me animan, siento una gran tristeza.
Los domingos, tú me dirás, te puedes quedar un rato más en la cama al lado de papá. Él sigue odiando a los curas. ¿Te acuerdas que sólo pisaba la iglesia para ir a entierros? Ahora he conseguido que entre cuando nos invitan a  bodas,  bautizos o  comuniones. No para nunca por casa con la excusa del trabajo y de la tertulia con los amigos. Toda la vida he tenido miedo de que tu padre tuviera otras mujeres, sé que no te lo debería decir a ti. ¿A quién se lo podría confesar?Ya no me queda  nadie con quien conversar.
Hablando de bodas ¿Te acuerdas de tu amiga Consuelo, la única que se ha quedado soltera? Pues dicen que se va a casar. El novio es el socio de toda la vida de su padre, las malas lenguas comentan que es una boda concertada. El otro día me dio recuerdos para ti.
Cada noche les preparo la cena a los nenes de Carolina. Estoy contenta de ser abuela, pero tengo poca paciencia y con con todos mis achaques ya no tiro. No se como decirle a tu hermana que no puedo ocuparme de los peques, pues ella la pobre se mata trabajando y no se merece ese disgusto: “Una yaya que no quiere  ser yaya”
La chica los va a buscar al colegio, luego hacia las siete me los trae a casa. Comen en un santiamén y después juegan o miran la tele. Dan la lata, sobre todo el pequeño que es muy vivaracho; el mayor era más tranquilo  ¿te acuerdas de lo entretenido que estaba este verano haciendo rompecabezas? ahora también se ha puesto pesado porque está celoso del hermanito. Menos mal que a las nueve  vienen a recogerlos.
Carolina no ha tenido mucha suerte, dejando el trabajo en la peluquería y abriendo la tienda de ropa con otra socia. Es demasiado duro para ella cargar cajas y trastos, le duele la espalda y creo que tendrá que operarse de hernia lumbar que le acaban de diagnosticar.
Bueno, no hablemos más de males.
¿Tú cómo estás?¿ Ya te cuidas? ¿Te abrigas?
¿Cuándo vamos a volver a vernos? ¿Vendréis para estas fiestas? 
Tu padre no quiere emprender viajes, yo no me atrevo a venir sola. ¿Qué diría la gente de una esposa que viaja sin el marido? A veces me imagino cómo podría ser  marcharme del pueblo en tren, sin embargo en seguida me lo saco de la cabeza como si fuera un pecado.
Come mucho, que la última vez te vi un poco flaca.
Un abrazo
Tu madre
PS: Cuando nos veamos no hables de esa carta, quémala, no quiero que ellos sepan que me gustaría huir de la vida que me toca vivir.

Laura en seguida pensó que las  cartas de la madre empezaban y terminaban siempre de la misma manera.
Recordaba que cada vez que leía una  carta mala se entristecía pues le sabía mal que ella no fuera feliz y se sentía un poco culpable, sin embargo aquella  noche tras leerla  de nuevo, se sintió libre de culpa.
Se preparó una taza de manzanilla, se sentó de nuevo en el sofá y al cabo de poco oyó que alguien abría la puerta. Lucio entró en la sala sonriendo. Dijo que le había gustado mucho el concierto  jazz y que  había encontrado un par de amigos.
- Ya son casi las doce ¡Qué tarde que es! Me he distraído leyendo la correspondencia de mi madre y se me ha pasado el tiempo volando.
- Lo sé que te gusta leer  en tu rinconcito del sofá, pero mañana hay que madrugar, venga, vamos a dormir, dijo Lucio.
En la cama se pusieron a charlar. A Laura le encantaba hablar de sus cosas con Lucio. Con la vida que llevaba, siempre corriendo  entre el trabajo, los hijos,  la compra y el perro, no tenía muchas ocasiones para estar a solas con él.
- Esta noche he caído en la cuenta  que al marcharme de casa no le causé tanto daño a mi madre como pensaba, quizás hice que su vida opresiva diera una vuelta y gracias a nuestra correspondencia sus emociones, sea positivas que negativas, fluyeran de nuevo.
- Menos mal que de vez en cuando eres sabia y no te echas la culpa de todo, dijo él.
A Laura la imagen de la madre siguió rodándole por la cabeza, le daba un poco rabia que ella no hubiera tenido agallas para marcharse unos días de casa y  decirles a todos que estaba harta de preparar comidas, lavar y planchar la ropa  ajena, sin embargo antes de cerrar los ojos pensó satisfecha que a pesar de todas sus debilidades su madre había tenido la fuerza  de escribirle sin faltar una carta cada semana.









giovedì 8 dicembre 2016

Crema di cavolo nero - Crema de col rizada


 




 




Ingredienti per 4 persone
Un mazzo di cavolo nero (circa 300 g pulito)
2 porri o due cipolle
3/4 patate di medie dimensioni
Olio extravergine di oliva
Sale
Peperoncino
Acqua
Scaglie di Parmigiano o Grana


 
  









Tagliate a pezzi i porri.  Lavate bene le foglie del cavolo, togliete la parte più dura dei gambi. Sbucciare e tagliate le patate, poi  il  tagliuzzate il cavolo nero. Fate rosolare i porri  con olio d'oliva ( si può  anche aggiungere un  chiodo di garofano e una foglia di alloro), fateli cuocere a fuoco medio per una decina di minuti. Se non volete sentire troppo il sapore di queste due spezie togliete la foglia di alloro ed il chiodo di garofano prima di aggiungere il cavolo e le patate.  Salate, unite un pizzico di timo e di peperoncino e coprite con dell’ acqua calda a filo verdure. Mettete il coperchio e lasciate cuocere a fuoco basso per una ventina di minuti. Assaggiate e regolate di sale. Passate tutto con il frullatore  rendendo le verdure cremose. Servitelo in un piatto fondo o in una ciotola con un filo di olio, qualche pezzettino di peperoncino fresco e qualche scaglia di parmigiano o di grana. Si possono aggiungere anche pezzettini di pane tostato o semi di sesamo.



Crema de puerros, col rizada y patatas
 
Ingredientes para 4 personas
Un manojo de col rizada (aproximadamente 300 g limpia)
2 puerros o dos cebollas
3/4 patatas de tamaño medio
aceite de oliva  extra virgen
sal
chile
agua
queso parmesano o grana rallado

 









Se cortan los puerros en rodajas. Se lavan las hojas de col, quitando la parte más dura de los tallos. Se pelan y se cortan a trocitos pequeños las patatas y  se pica la col rizada. Saltear los puerros con aceite (también se puede añadir una hoja de laurel y clavo de olor), cocer a fuego medio durante unos diez minutos. Si no se quiere sentir demasiado el sabor de estas especias, retire la hoja de laurel y el clavo antes de añadir la col y las patatas. Añadir sal, una pizca de tomillo y  chile;  cubrirlo con agua caliente.  Se pone la tapa y se  deja hervir a fuego lento durante unos veinte minutos. Pruebe y sazone con sal. Tritúrelo con la batidora hasta que la verdura se quede cremosoa. Sírvalo en un plato hondo o en un bol con un poco de aceite. Se pueden añadir también unos trocitos de guindilla fresca, unos pocos copos de parmesano, trocitos  de pan tostado o semillas de sésamo.

sabato 3 dicembre 2016

La mancha de la americana


















Hacía dos o tres semanas que daba vueltas por mi cabeza la mancha roja de mi americana. Me había comprado aquella chaqueta a finales de verano. Era de un algodón peinado de color marfil. No sé porque me gustaba tanto, quizás se debía al hecho de que era una de las pocas prendas que me quedaban bien encima de los vestido veraniegos.
Recuerdo que el día en que me manché acababan de llegar Julia y Elisa. Hacía tiempo que planeaban un viaje por la Toscana. Finalmente habían logrado hacerlo.
En aquella época yo estaba muy atareada en la oficina, sin embargo me apresuré para estar libre a la hora de comer. Las llamé a media mañana para saber si habían llegado y en seguida, como en nuestra niñez, empezamos a decir disparates.
Parecía que alguien enchufara y desenchufara el hilo del teléfono. La conexión se iba cada dos por tres y las frases me llegaban entrecortadas:
- …. nos gustaría ir al parque.... enfrente del hotel... fue lo poco que oí de las palabras de Julia, que era la voz cantante del grupo y la que siempre improvisaba, pues le encantaba ir a la aventura, sin guías ni planos.
Yo le respondí:
- ¿He oído bien? ¿Has dicho en frente del hotel? Es muy bonito todo el Lungarno, pero justo la zona delante de vuestro alojamiento, no mata; pero si queréis pasear por ahí, yo os acompaño encantada.
Pero no creo que les llegaran por completo mis palabras, pensé y luego me dije:
- Qué raro que Elisa, la que siempre lo organiza todo, haya cambiado de planes y quiera ir a pasear por aquella zona periférica.
Quedamos en la Torre della Zecca. Fue grazioso verlas con prendas de abrigo, pues estaba acostumbrada a sus vestidos playeros. Julia llevaba una gabardina beig y Elisa un especie de tabardo marrón. Cuando me dijeron que el parque que querían visitar era el de los jardines de Boboli, me salió una carcajada.
- No me lo podía creer que quisiérais pasar toda la mañana dando vueltas alrededor del hotel. Bueno, ahora vamos a Boboli, les dije.
A Julia y a Elisa les contagié mi alegría y las tres risueñas nos dirigimos hacia la parte alta de la ciudad. Subiendo la cuesta charlamos de trabajo, de amigos comunes, de nuestra  pareja e hijos adolescentes. Reímos de cosillas de la vida cotidiana. No dejamos de recordar anécdotas de nuestra infancia. Las palabras nos salían rápidas como si el tiempo nos apurara y tuviéramos miedo de no poder contárnoslo todo.
Visitamos la iglesia medieval de San Miniato a Monte, tiramos fotos y apoyadas en la balalustra del piazzale Michelangelo admiramos el panorama. Aquella luz matinal, típica de octubre, hacía lucir el Duomo y demás torres que sobresalían del perfil de la ciudad.
- Me parece un sueño estar de viaje sola, sin marido e hijos. Dijo Julia, divertida.
- Tienes razón ¿Por qué hemos tardado tanto en escaparnos, siendo tan fácil? Añadió Elisa con un guiño y un ademán de huir. Luego siguió diciendo:
- Los maridos nos han acompañado al aeropuerto. Mientras nosotras estábamos sentadas en el avión ellos ya se estaban ocupando de los chicos ¡Qué delicia!
A volver hacia abajo me desorienté y tomamos un camino estrecho y empinado, donde la hierba crecía entre las junturas de los adoquines. Unos antiguos muros de piedra bordeaban campos de olivos. Parecía que estuviéramos paseando por los huertos de la ciudad amurallada de antaño.
Todo estaba silencioso pues no pasaba nadie y nosotras en el último tramo también dejamos de hablar, mientras nuestras botas se movían ligeras hacia abajo.
Aquella vieja calzada nos condujo al Barrio de San Niccolò. Bajando aún más fuimos a parar a una Trattoria con un jardín, al que se subía por una escalera exterior. Nos sentamos en una mesa bajo una parra. La camarera nos aconsejó un plato de pasta casera aliñado con salsa de tomate picante, era la especialidad de la casa.
Me puse la servilleta blanca alrededor del cuello para no mancharme, sin embargo no me sirvió de nada tanto esmero, pues un fruto maduro de una planta enredadera me cayó encima. Miré mi brazo derecho y vi una mancha roja en la manga de la americana. Luego cayeron otras bolas rojizas y tuvimos que cubrir los platos con las servilletas. Por suerte ya estábamos tomando los postres.
Cuando fuimos a pagar le conté a la cajera lo que me había pasado. Se disculpó y me informó que se lo iba a decir al dueño para saber como debía actuar. Al cabo de poco me comunicaron que la casa pagaba la cuenta y que si la mancha de la chaqueta no se iba del todo ellos abonarían lo que faltara.
Mis amigas se quedaron calladas detrás de mí. Luego me confesaron que ellas no se hubieran atrevido a pedir daños y perjuicios a un restaurante. A mí en cambio me pareció una cosa natural sobre todo si uno lo reclamaba con amabilidad.
Julia y Elisa se fueron a los jardines de Boboli y yo me dirigí a la Tintorería.
- Vamos a lavarla a seco y a quitar la mancha. La prenda estará lista a finales de la semana que viene. Me dijo la encargada de la lavandería, casi sin mirarme.
Me dio un recibo y me marché no del todo convencida, pues me parecía demasiado fácil, pero me animé en seguida y diciéndome:
- No voy a echar a perder el día por una pequeñez.
Desde aquel momento perdí de vista la mancha.
Aquel fin de semana con mis amigas fue inolvidable: callejeando, fuimos a visitar muchos rincones de Firenze tan campechanas como de pequeñas. Una  noche cenamos en casa e invitamos a un amigo, quien Julia conocía de los años setenta y que no veía desde entonces; nos lo pasamos muy bien contándonos historias y haciendo bromas, al final todos nos desternillamos de risa.
Julia al despedirse de mí me dijo:
- Me lo he pasado tan bien contigo y Elisa que recordaré este viaje toda la vida. Te agradezco que nos hayas mimado y dedicado tanto tiempo. Eres una gran amiga.
Luego me abrazó fuerte, como si quisiera que las palabras sinceras que acababa de pronunciar se hicieron camino por las grietas que se  se iban abriendo en mi coraza.
- Gracias de verdad, nos ha salido todo redondo, dijo Elisa y luego añadió, escríbeme pues quiero saber como va la historia del desmanche.
- No exageréis! Yo no he hecho nada. Sois vosotras las que me habéis traído alegría y buen humor.
La semana siguiente fui a la tintorería.
- No está lista, señora. Vuelva la semana que viene. Me dijo la dueña dirigiendo la mirada hacia las pilas de ropa blanca que yacían por todas partes.
La dejé mientras doblaba servilletas, en el único trozo de mostrador que estaba libre, y refunfuñaba algo entre dientes a la chica que la ayudaba. Noté en ella un gesto de impaciencia, como si quisiera sacarse de encima un trasto.
Volví la semana siguiente. La encargada me dijo lo mismo que la otra vez, pero en un tono más afable; también noté en su cara algo distinto, su piel era más fina y relajada y sus ademanes más lentos.
- Me parece otra, pero es la misma, quizás se trate sólo del peinado nuevo, que lío me dije.
- Llame antes de volver. Siento que haga tantos viajes.
Volviendo a casa pensé:
- Aquí hay gato encerrado: la americana manchada no aparece y la tintorera tiene dos semblantes.
Llamé un par de veces y me dijeron que no aún no estaba lista la prenda.
Pasaron cinco semanas y un día en el que ya había dejado de pensar en mi chaqueta, me telefoneó la dueña de la tintorería para decirme que tras dos lavados la mancha no había desaparecido. Yo estaba a punto de decirle que me daba igual, que me  devolviera la prenda y san sé acabó, pero ella siguió diciendo:
- Si usted me da el permiso yo puedo intentarlo de nuevo con lejía.
Durante algunos segundos pasaron por mi cabeza los relatos trágicos que mi madre me contaba de pequeña: un niño se había desfigurado cayéndole encima una botella de blanqueador de un anaquel de la cocina; un chico se había tragado un poco de aquella substancia nociva pensando que fuera agua, por suerte había escupido en seguida, pero se le había quemado la boca y un poco el esofago; por último un abuelo que quiso matarse bebiendo un trago de aquel veneno y que  lo consiguió  fue  una  larga agonía.
- Es la voz de la tintorera en su faceta amable, pensé y en seguida le contesté:
- Sólo si me asegura que mi chaqueta no va a estropearse.
- No se preocupe, quizás se blanqueará un poquito, pero seguro que desaparecerá la mancha roja.
- Vale.
- El viernes ya estará lista. Perdone por las molestias, me dijo antes de colgar.
Fui a la tienda aquel viernes por la tarde, con un poco con desgana y sin ninguna esperanza, en cambio fue un milagro ver mi americana limpia. A la  encargada no parecía importarle nada de mí. Estaba enfadada con una empleada y se lo contaba a una señora mayor que planchaba en el fondo de la tienda.
- Me ha tomado el pelo durante todos esos meses, iba siempre al bar del al lado con cualquier excusa, hablaba demasiado con los clientes y era lenta. Pero la cosa que más me ha mosqueado es que me pidiera que le subiera el sueldo. Al final he tenido que despedirla.
Después de pagar le dije:
- Gracias por haberme salvado la americana.
- Se lo debe agradecer a mi hermana que es la mejor quitamanchas de la ciudad.
Volví a casa contenta porque llevaba conmigo la chaqueta y porque había descubierto que la tintorera tenía una hermana gemela.