sabato 4 aprile 2015

Océano hogareño












Un dedo me va señalando las palabras de la primera página del libro. Siguiendo la linea y luego pasando a la siguiente, mis ojos y mis labios, con deleite, van leyendo en voz alta, como suelen hacer los párvulos cuando aprenden a leer.
Todo eso sucedía  después de haberme perdido. Pero empecemos por el principio:
Un grupo de seis personas teníamos que dejar una vivienda, llevábamos cajas de cartón y bolsas y  nos dirigíamos a un coche que estaba estacionado muy cerca.
Uno tras otro iban entrando en el automóvil, sin embargo no cabíamos todos. Yo era la última y tenía que colocarme entre el conductor y el copiloto.
- No pasa nada, puedo ir en tranvía o en metro, les dije.
En un santiamén el coche arrancó y se fueron. Me quedé sola en aquella ciudad desconocida, quizás se trataba de un barrio de Lisboa o de San Francisco u otra ciudad. ¡Quien sabe dónde me hallaba!. La mayoría de las calles eran empinada y yo sin saber que dirección tomar.
- ¿Por qué no les he dicho que estaba desorientaba y que no me conocía el camino de vuelta?
Creo que no se lo comuniqué, porque pensé en mi bicicleta, ya que con ella no me pierdo jamás, me siento segura, esté donde esté. Pero el caso es que no lograba encontrar mi bici.
Recuerdo que fui a la oficina municipal de objetos perdidos, para ver si daba con ella. No se cómo llegué hasta aquel gran edificio blanco, construido en los años cuarenta.
Seguí al único empleado que había, quien me atendió con amabilidad. Bajamos por unas anchas escaleras de caracol hasta los sótanos. Era un espacio enorme, en el que  dos fluorescentes daban una luz mortecina. Buscamos y buscamos de nuevo mi bici entre miles de objetos raros: maniquís, bastones, máquinas de escribir, bolsos,  cajas, imágenes de santos, carpetas, paquetes, libros, cajones llenos de cachivaches, cámaras fotográficas, perchas con vestidos, impermeables, abrigos y chaquetas, rosarios, cestas, pelucas, sombreros, guantes, cirios, velas, jarrones, maletas, paraguas, plumas y muchas cosas más,  entre ellas  decenas de bicicletas.
-¡Mire esa que lleva un cesto detrás, parece la mía! le dije más de una vez al empleado, gritando de alegría.
Luego me llevaba una gran desilusión, pues todas se parecían y ninguna era mi bicicleta.
Sentía una gran pesadumbre en aquella ciudad desconocida, sin mi bicicleta.
El empleado municipal al verme tan decaída, para que me distrajera y me  entreteniera, me llevó a una sala grande completamente vacía. Allí me hizo sentar en  el único  mueble que había, una butaca roja.
Me abre un libro y empieza a indicarme lo que he de leer en voz alta. Las últimas palabras que  logro leer son océano hogareño.
Repito muchas veces con los ojos cerrados aquellas palabras, para no olvidarme de ellas, son bonitas y me dan bienestar.
Abro los ojos, repitiendo sin cesar: océano hogareño, océano hogareño. En  ese momento pienso  que no se donde me hallo, mis ojos en la  oscuridad no perciben casi nada, sin embargo aquellas palabras han logrado darme seguridad.
Poco a poco me acostumbro a la  penumbra y reconozco los muebles de la casa de Poppi.
Ahora me acuerdo de todo, llegamos ayer bajo un sol de primavera, pero hoy al amanecer el tiempo se ha echado perder. Lo he podido comprobarahora tras abrir un poco la ventana. Llueve, parece un día de otoño. He salido sigilosa del cuarto para no despertar a U. quien sigue durmiendo, pues está muy resfriado y ha pasado la noche tosiendo. Al acostarnos ya se  encontraba mal, seguro que tenía un poco de fiebre.
¡Qué lástima! Habíamos planeado ir  todo  el día a dar una vuelta, aprovechando  las vacaciones de Semana Santa, por la costa Adriática. Ni hablar, el tiempo no es el más indicado para ir de excursión.
Nos hemos quedado en casa, hemos  leído, charlado, cocinado y luego  por la tarde he intentado  escribir, para no olvidar todo lo que  recuerdo de ese sueño tan raro.
-¿Querrá decir algo? Quizás sí.  Lo quiero  interpretar a mi manera:
Las aguas mansas del oceano  son plácidas como los momentos hogareños.


Nessun commento:

Posta un commento