giovedì 26 marzo 2015

Sábanas limpias - Lenzuola pulite






Hasta el día en que Violeta no me comentó su historia, pensaba que sólo a nosotras, las mujeres, nos gustara acostarnos en una cama limpia. Quizás también a muchos hombres les encanten las sábanas perfumadas y suaves, replicaréis, pero se da el caso de que ellos casi nunca opinan sobre el tema: que la cama esté hecha o deshecha, limpia o menos limpia, parece que no les importe demasiado. Será porque casi siempre somos nosotras las que cambiamos las sábanas y decidimos cómo y cuándo hacerlo.
Violeta, el otro día me llamó diciéndome que necesitaba hablar conmigo, por consiguiente nos citamos el día siguiente en una cafetería muy concurrida de la ciudad.
Estaba pálida y tras abrazarme volvió a decirme que su problema era una cuestión de sábanas. Pedimos una taza de chocolate con churros.
Le noté que le temblaban las manos. Con la derecha sujetaba la taza y con los dedos de la mano izquierda se enroscaba un mechón de la melena morena, que a pesar de sus cincuenta años seguía dándole belleza y atractivo a su larga y diminuta cara. Había cambiado a lo largo de los años, pero sus gestos eran los mismos que los de muchos años atrás, cuando nos conocimos en la facultad de letras. Al principio me contó alguna cosa sobre sus hijos y luego me preguntó por los míos, sin embargo enseguida fue al grano:
- ¿Por qué será que cada vez que salgo de viaje, al volver y al abrir la puerta del dormitorio, veo que han desaparecido las sábanas que yo había puesto? No se explicarme el porqué y eso me angustia.
- ¿Se lo has preguntado a Antonio? Yo de ti lo haría. Le dije, pensando en todas las veces que yo machaco a mi marido para que me cuente algo.
- Claro que se lo insinué, la última vez. El me dijo que quería que  encontrara  la cama ventilada y perfumada. Sin embargo no me acabó de convencer su comentario.
Mientras cogía  un  trocito de churro, con el que primero jugueteó y luego mordió despacio, me dijo:
- Es verdad, Antonio últimamente está obsesionado por el aire  libre y por la higiene de los objetos y de los ambientes de la casa, pero no es sólo eso, temo que a él  le pase algo raro.
- ¡No seas tan exagerada, cómo siempre sacas el lado trágico de todo ! Le dije yo.
- A veces pienso que tiene una amante y que cuando yo me voy de viaje ocupa nuestro lecho. Luego para que no se note, que ha habido una intrusa en nuestra cama, él cambia las sábanas. Sin embargo eso me parece   que pase solo en las películas y no me lo acabo de creer.
- ¡Esos hombres! Una siempre tiene miedo de ser la última en enterarse de que el marido le pone cuernos, pero te entiendo muy bien y no quiero que sufras. Luego añadí con una voz más suave:
- Yo diría que es una coincidencia lo de las sábanas. Déjalo ya. No pienses más en ello. Pero si no logras sacártelo de la cabeza, cuéntale a él tu malestar sin rodeos, a ver que te dice.
Miró el reloj y dijo que lo sentía, pero que tenía que irse, pues era muy tarde.
Me besó mientras nos acercábamos a la puerta, prometiéndome que me llamaría cuanto antes. Ya en la calle se dirigió deprisa a la boca del metro más cercana.
Me quedé un rato paseando.
- ¡Qué tontas que somos a veces las mujeres, sobre todo cuando nos obsesionamos por algo y seguimos dándole vueltas, en lugar de solucionarlo o de olvidarlo completamente! Pero la verdad es que la culpa la tienen los hombres, son ellos los que no nos cuentan nunca  nada, me dije al final.
Me dirigí hacia casa, con ganas de conversar con el hombre taciturno con quien llevaba viviendo  más de treinta años, sentía que a pesar de todos sus defectos y por supuesto de los míos, todavía seguía queriéndole.
Al cabo de unos días me llamó Violeta y me dijo, con una voz alegre, que había logrado resolver el misterio de las sábanas: una noche Antonio le había confesado que le encantaba hacer el amor con sábanas limpias, por eso el día en que Violeta volvía, él cambiaba la cama.
Nos pusimos las dos a reír y en ese momento me dije:
- ¡Qué raros que son los hombres! Nunca hubiera pensado en que les gustara tanto hacer el amor en una cama pulcra. Yo en cambio siento placer en una cama con sábanas más bien arrugadas y no recién cambiadas; quizás porque después de haber disfrutado, me gusta echarlas en el cesto de la ropa sucia.
Por la tarde cuando llegó mi marido del trabajo le pregunté si  le gustaba más hacer el amor en una cama ordenada o en una sin hacer.
El me contestó que  prefería las camas con sábanas limpias.



Lenzuola pulite
Fino al giorno in cui Violeta non mi raccontò la sua storia, pensavo che solo noi donne, amassimo i letti puliti. Forse anche a molti uomini piacciono le lenzuola profumate e candide, mi direte, ma credo che la maggior parte di loro non ci facciano caso: che il letto sia fatto o disfatto, pulito o meno pulito, sembra non interessargli troppo. Forse dipenderà dal fatto che quasi sempre siamo noi donne a cambiare le lenzuola e a decidere come e quando farlo.
Violeta, qualche giorno fa mi chiamò per dirmi che aveva bisogno di parlare con me, quindi ci siamo date un appuntamento per il giorno seguente in un famoso caffè della città.
Era pallida. Mentre mi abbracciava mi ha ridetto che per lei il problema era solo una questione di letto.
Abbiamo ordinato ognuna una tazza di cioccolata calda e una ciambella.
Ho notato che le tremavano le mani. Con la mano destra teneva la tazza e con le dita dell'altra mano si arrotolava una ciocca di capelli neri. Nonostante i suoi cinquanta anni, la sua chioma dava ancora bellezza e fascino al suo lungo e minuto viso. Era cambiata nel corso degli anni, ma i suoi gesti erano gli stessi di quelli di tanti anni fa, quando ci siamo conosciute nella biblioteca della Facoltà di Lettere.
In un primo momento mi ha parlato dei suoi figli e poi mi ha chiesto come se la passavano i miei, ma subito dopo è andata al nocciolo della questione:
- Perché ogni volta che che torno da un viaggio, al aprire la porta della camera, mi accorgo che sono sparite le lenzuola che c'erano prima? Non me lo so spiegare e questo mi affligge.
- Lo hai chiesto ad Antonio? Se fossi in te lo farei, le ho suggerito, pensando a tutte quelle volte che io punzecchio mio marito affinché mi racconti qualcosa, perché spesso sento che c'è una grande distanza tra di noi, malgrado tutto.
- Certo che gliel’ho accennato l'ultima volta, ma lui mi ha detto che la ragione era quella di farmi trovare il letto profumato, ma la sua risposta non mi ha convinto del tutto.
Ha preso la ciambella, l'ha divisa in piccoli pezzettini e prendendone uno alla volta, li ha portati alla bocca e invece di mangiarli subito li ha morsicchiati lentamente.
- E' vero, Antonio ultimamente è ossessionato dall'igiene e quando può cerca di ventilare e rinfrescare gli ambienti della casa, ma non solo, temo che qualcosa di strano gli sia accaduto.
- Non essere così esagerata, non trovare il lato tragico di tutto! Le ho detto, sorridendo.
- A volte penso che abbia un'amante, la quale s'infila nel nostro letto, quando io sono in viaggio. Poi, perché non ci siano tracce di lei, cambia le lenzuola. Ma mi sembra impossibile, non riesco a crederci!
- Uomini, uomini ! Abbiamo sempre paura di essere le ultime a sapere che il marito ci tradisce. Capisco la tua sofferenza.
Poi ho aggiunto con una voce più dolce:
- Direi che la storia delle lenzuola è un caso. Smettila di pensarci. Ma se non riesci a levartela della testa, parlane con lui senza mezzi termini e vedi cosa inventa.
Guardò l'orologio e mi disse che le dispiaceva, ma che doveva scappare perché era in ritardo a un appuntamento di lavoro.
Mi salutò mentre ci avvicinavamo alla porta e promise di chiamarmi il prima possibile. Appena uscita si incamminò verso la stazione della metropolitana più vicina.
Non tornai subito a casa, ma restai per un po' a passeggiare lungo il fiume.
- Come siamo sciocche a volte noi donne, soprattutto quando pensiamo ossessivamente a qualcosa, ci giriamo intorno, piuttosto che risolvere il problema o scacciarlo via completamente la dalla nostra vita! Ma la verità è che la colpa di tutto è sempre degli uomini, perché non ci fanno mai partecipi dei loro pensieri, ho concluso alla fine, quasi sollevata.
Andando verso casa, sentivo il desiderio di parlare con l'uomo taciturno, con il quale convivevo da più di trenta anni e sentivo che, nonostante tutti i suoi difetti,  ancora lo amavo.
Dopo un paio di giorni mi ha chiamato Violeta e mi ha detto con voce allegra che la sera prima era riuscita a risolvere il mistero del letto: Antonio le aveva confessato che gli piaceva fare l'amore nei letti puliti, così il giorno in cui rientrava la moglie da un viaggio lui cambiava le lenzuola.
Siamo scoppiate entrambe in una gran risata.
Quel giorno ripensando alle parole di Violeta mi sono detta:
- Come sono strani gli uomini ! Non avrei mai pensato che potesse piacergli così tanto fare l'amore nei letti rifatti, sarà perché io preferisco, se devo scegliere, un letto ancora da cambiare, per dopo poterlo disfare e mettere la biancheria a lavare.
Nel pomeriggio, quando mio marito è tornato dal lavoro gli ho chiesto se di solito preferiva fare l'amore nel letto appena rifatto o in uno disfatto.
Lui mi ha risposto che preferiva di gran lunga fare l'amore in un letto con lenzuola pulite.



giovedì 5 marzo 2015

Bicarbonato de sodio


Hace un par de días que encontré a Cristina, hacía años que no coincidíamos en el pueblo, habíamos estudiado juntas y cuando nos fuimos a vivir lejos de nuestra tierra natal seguimos escribiéndonos durante unos años, pero luego poco a poco nuestra correspondencia cesó. La vi cambiada, a pesar del tiempo transcurrido, me pareció más joven.
Me contó que aquellos últimos años habían sido muy malos para ella, fue cuando sus dos hijos mayores eran adolescentes y el último todavía pequeño, fue en la misma época en que sus padres enfermaron, primero, la madre sufrió Alzheimer precoz, luego el padre tuvo una embolia cerebral, a raíz de la cual se le quedó paralizada la parte derecha del cuerpo. Me dijo que hacía unos meses que el padre había fallecido, la madre afortunadamente murió antes de perder completamente la cabeza.
Me comentó contenta, de que ahora estaba muy bien, seguía con Francisco, su marido. Vivían con Luís, que tenía dieciocho años y era el hijo pequeño, pues los dos mayores, se habían ido a estudiar al extranjero.
- ¿Tú como estás? Al final me preguntó, abrazándome de nuevo
- Regular, me pasa algo raro, pues desde hace unos meses, a menudo tengo dolor de cabeza y sobre todo duermo mal. Le contesté con una mueca que hago siempre con la boca, cuando no estoy convencida de algo.
Luego acabé diciéndole que mi marido e hijos estaban la mar de bien y que al contrario de sus padres, los míos habían tenido pocos problemas durante la vejez y habían fallecido casi sin darse cuenta.
Nos citamos en un bar el viernes de aquella misma semana.
Fue una tarde que nunca olvidaré. A Cristina siempre le ha gustado contar las cosas con todos los detalles, yo estaba encantada escuchando su voz. Charlamos y reímos recordando viejos tiempos. Al final me regaló un libro, que me aconsejó que leyera lo antes posible, añadiendo que seguro que sería un buen remedio para el dolor de cabeza e insomnio.
Dentro del libro había una hoja de papel en la que Cristina, con letra pequeña, había escrito:
Querida amiga:
He  copiado una página de mi diario para que descubras el porqué de mi regalo. Espero verte más a menudo
Un beso
Cristina

Domingo 22 de  mayo de 2014
Son las ocho de la tarde y me apetece recordar el día de hoy desde el principio. Me he despertado con un ligero dolor de cabeza, será por la resaca de anoche.
La cena salió  de maravilla. Mientras, Francisco  iba cocinando yo me sentía en la gloria. Me encanta cuando a él le apetece guisar, pues lo hace muy bien. Los dos preparamos nuestras especialidades lo mejor que supimos.
Todo era exquisito: los canapés con salsa de aceitunas negras, el pan integral con tomate, la paella de mariscos, las alcachofas a la romana, los pimientos picantes y los postres a base de fruta con mascarpone. También eran  buenísimos, el pastel y el vino que trajeron los amigos.
Fue una noche muy amena, cada uno con su tema animaba la mesa. Yo estaba contenta porque Luís, quien nunca quiere participar en nuestras cenas con cincuentones, había dicho que comería sólo un plato de paella y que luego saldría, en cambio se quedó largo rato haciendo tertulia con nosotros durante la sobremesa.
¿Qué hago? ¿me levanto o me quedo en la cama? He pensado mientras miraba a Francisco, quien aún estaba durmiendo profundamente.
Descubriendo, que eran las nueve de la mañana he decidido que después de ir al cuarto baño volvería a la cama.
Si yo hubiera sido más racional me hubiera levantado sigilosamente, dejándole dormir a él un rato más. Hubiera podido leer echada en el sofá del salón y saborear un taza de té verde. Digo eso porque hace una semana que tengo un poco de escozor y un ligero dolor en la vejiga. La culpa la tiene la dichosa cistitis, que cada invierno llega sin pedir permiso.
Al final me he acostado de nuevo y me he arrimado al cuerpo caliente de Francisco. En seguida he notado por sus movimientos que él lo estaba apreciando.
Tenía ganas de seducirlo. Hacía tiempo que no me sucedía, normalmente es él quien da los primeros pasos. Quizás ha pasado todo eso porque es todo un lujo poder estar en casa los dos solos. Hoy Luis se ha levantado temprano para ir a jugar un partido de fútbol.
Al oír la puerta de la entrada, que nuestro hijo ha cerrado de golpe al salir, mi cuerpo se ha relajado completamente, a pesar del ligero dolor de cabeza.
Mientras abrazaba a Francisco he pensado que quizás me volvería el escozor. Pero mis manos no escuchaban nada de eso, seguían tocando su cuerpo.
Ya que le había dado la lata durante los últimos días comentándole mis molestias vaginales, él me ha  peguntado:
¿Estás segura de que luego no te va a doler? Yo estoy encantado con ese despertar tan erótico, pero si quieres puedo esperar.
¡Qué va! Luego  voy a lavarme con bicarbonato, que lo cura todo. Le he contestado risueña. Y mientras decía eso he pensado: mejor prevenir que curar, como dice el proverbio, por lo tanto me he levantado y he ido a lavarme las vías urinarias con bicarbonato. Al volver al dormitorio he buscado en un cajón del armario una combinación rosa de seda y me la he puesto.
Al entrar de nuevo en la cama hemos hecho el amor como nunca. Nuestros cuerpos sudados y exhaustos han seguido largo rato entrelazados.
Con pereza y sin fuerzas me he levantado para ir a lavarme de nuevo. Luego él ha hecho lo mismo. Al cabo de poco ya estábamos los dos otra vez bajo las sábanas arrugadas y calientes.
Nos hemos quedado hasta la una en la cama. Me ha gustado la intimidad que se ha creado mientras hablábamos. Él me ha confesado que le asustaba un poco el hecho de tener que dejar el trabajo dentro de pocos meses, porque veía que mucha gente  caía en depresión al estar sin hacer nada. Yo le he dicho que no se preocupara, ya que seguro que iba a tener muchas cosas que hacer.
Luego ha salido de mi boca lo que llevaba días preocupándome: Estoy agobiada con el trabajo pues mi nuevo cargo me pone muy nerviosa, porque tengo miedo de equivocarme. ¡Qué insegura que soy!
Pero si eres atractiva, alegre, positiva, generosa, optimista y mil cosas más; ¡Qué te importa un poco de inseguridad ! A veces es lo que me gusta más de ti ¡Cuánto te quiero ¡Cuánto te quiero! Me ha dicho él de un tirón. Me han sentado tan bien esas palabras.
Deberíamos pasar más a menudo una mañana entera en la cama.
Hemos desayunado a la una y media y al decirle que mi dolor de cabeza se hacía más intenso, Francisco me ha preparado un vaso de agua con bicarbonato de sodio, diciéndome que era un remedio de su madre y que era muy eficaz.
A las tres menos cuarto hemos salido a dar un paseo por la ciudad, el día era gris, sin embargo a mí me ha parecido precioso, andando  sin rumbo por las calles poco concurridas.
En el casco antiguo había un mercadillo. En una parada de libros de segunda mano, mientras estaba pensando en que mi dolor de cabeza había desaparecido completamente, me ha llamado la atención el título de un libro: Los milagros del bicarbonato de sodio. 
He comprado el libro y luego ya en casa nos hemos  recreado en el sofá.  Al cabo de poco ha llegado Luís hambriento, por eso hemos decidido preparar una merienda-cena.
Ahora estoy muy a gusto escribiendo y me siento muy bien. ¿Será debido al bicarbonato? 
 
Al terminar de leer la carta de Cristina, sonreí pensando en que aquella misma noche tomaría un vaso de agua con bicarbonato. Luego le escribí un correo diciéndole lo mucho que me había gustado su regalo y agradeciéndole que con tanta naturalidad hubiera compartido conmigo todos los detalles de un día de su vida.