sabato 20 settembre 2014

El traje de chaqueta


A finales de los años setenta, mis padres vinieron a visitarme al país donde yo vivía desde hacía algunos meses. Se instalaron en un hotel y como era primavera, paseamos día tras día por la ciudad, que ellos casi desconocían. Iba a buscarlos a la hora del almuerzo y al anochecer los acompañaba al hotel pues yo tenía que ir a la Academia.
Al llegar las cosas habían sido un poco difíciles par mí. Al cabo de largos trámites y algunas peripecias pude matricularme en la Universidad y al mismo tiempo logré encontrar trabajo en una  escuela de idiomas. Por las noches daba clases de español a adultos.
Un día mis padres vinieron a esperarme a la salida de la Academia. El conserje, a quien mis padres le habían caído bien, a pesar de lo poco que se entendían, los invitó a que entraran. Me los encontré en la puerta del aula, donde yo en aquel momento explicaba a mis alumnos algo en la pizarra.
Saludándoles desde lejos, los observé minuciosamente y noté, por su sonrisa, que mi padre estaba orgulloso de mí, a pesar de lo mucho que se opuso a que yo me marchara de casa. Su bigote parecía que bailara en su cara, lo movía y removía con satisfacción.
Mi madre, aunque no dejaba que se le viera, también estaba contenta de cómo me las había arreglado para superar todas las pegas y obstáculos que me iban surgiendo. Me lo demostraba a su manera regalándome ropa.
- Tienes que vestirte elegante para dar clases. Me decía siempre.
Una tarde quiso ir de tiendas para comprarme alguna prenda de vestir.
Escogió para mi un vestido que era una pieza única, sin embargo, por las puntadas en la cintura, parecía un traje de chaqueta. Le gustaba porque tenía buen corte, por el  tejido de lino marrón y por la solapa de un color más claro que formaba un lindo escote. Me ceñía el cuerpo,  por supuesto que me quedaba bien, pero no era de mi estilo. Acepté su regalo para que no se enojara.
Cada semana mis padres me llamaban por teléfono, solían hablar los dos juntos, uno desde el teléfono de la sala de estar y el otro desde el dormitorio.
La primera vez que me llamaron, después del viaje a Italia, la voz de mi madre sobresalió sobre la de mi padre preguntándome impacientemente, si me ponía a menudo el vestido que me había regalado.
- Si que lo llevo de vez en cuando. Le dije, sabiendo que era una verdad a medias, pues me lo ponía y cuando ya estaba en la puerta a punto de salir de casa me lo sacaba.
- Tus alumnos estarán contentos de tener una profesora tan elegante.
- ¡No exageres mamá! La gente viste más informal, seguía diciéndole yo.
Un día U. llegó a casa y al verme con aquel vestido y unos zapatos de tacón alto empezó a hacerme cumplidos:
- Estás muy guapa y sexy con ese un traje. ¿Por qué no te lo pones nunca?
- Me siento otra persona cuando me lo pongo.
Bromeando y riendo paramos en la cama.
Han pasado muchos años, desde aquel entonces. Nos hemos mudado varias veces de apartamento, pero el vestido de mi madre, sigue colgado a primera vista en una percha del armario.
Hace pocos días, recuerdo que era una mañana de septiembre, no nos sonó el despertador. Nos levantamos y desayunamos deprisa, luego él se fue corriendo al trabajo. Yo aquel día empezaba las clases a las once, pero sabía que a las ocho y media iba a sonar el timbre, pues tenía una cita con  un electricista, por lo tanto tenía pocos minutos para vestirme.
Mi mano, con las prisas, sacó del armario el vestido de lino de mi madre. Lo quise volver a colgar para escoger otro más apropiado, sin embargo parecía que el vestido no quisiera quedarse guardado, pues me cayó en el fondo del mueble.
- Me lo pongo y luego me cambiaré para ir al trabajo, me dije en voz alta y del todo convencida.
El electricista fue muy puntual y me pidió una sábana para cubrir los muebles de la habitación, donde se tenía que  taladrar la pared para cambiar unos enchufes.
Decidí ir al garaje a buscar un colcha vieja.
-  Voy con el vestido nuevo. ¿Por qué no? Me dije.
Lloviznaba, me cubrí con un chal de color naranja. Por primera vez en mi vida salí por la calle vestida con el traje de lino y me sentí a gusto.
Aquella mañana mientras iba  al trabajo, pedaleando en bicicleta, tuve la  sensación de ser un poco otra persona, una mezcla de la que había sido, la que soy y la que seré; luego pensé en que mi madre, quien había fallecido hacía pocos años, se habría puesto muy contenta al verme con su traje de chaqueta. 
















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