sabato 28 giugno 2014

Panzanella del Casentino- Receta de la "Panzanella" toscana


















Ingredienti per 3 persone:
- 3 fette di pane toscano cotto a legna (meglio se raffermo)
- 1 cetriolo
- 1 cipolla ( meglio due  o tre cipolline fresche)
- 1/2 cesto di insalata (facoltativo)
- 4/5 pomodori  maturi
- 1 carota
- abbondante basilico
- sale
- olio extravergine di oliva
- pepe (facoltativo)
- aceto balsamico di Modena



Per prima cosa mettete a mollo, con poca acqua, il pane per circa  cinque minuti.
In seguito lavate bene l’insalata  i pomodori ed il basilico,  pulite la cipolla, sbuccite la carota e il cetriolo. Sgocciolate e strizzate il pane. Sbriciolatelo con le mani nella zuppiera in cui lo servirete.
Aggiungete i pomodori, la carota ed il cetriolo a pezzettini, nonché la cipolla affettata. Dopo mettete il basilico e l’insalata sempre a pezzetti. Per ultimo aggiungete il sale, il pepe, l'olio in abbondanza e un po’ di aceto, poi mescolate bene.
La panzanella è buona fredda. Buon apetito!



Receta de la Panzanella:

 Ingredientes para 3 personas:
- 3 rebanadas de pan  de payés (preferiblemente que no sea del día)
- 1 pepino
- 1 cebolla (mejor dos o tres cebollitas tiernas)  

- 1/2 lechuga pequeña (opcional)
- 4/5  tomates maduros

- 1 zanahoria 
- albahaca ( mucha cantidad)
- sal
- aceite de oliva  extra-virgen
- pimienta (opcional)
- vinagre balsámico de Modena


En primer lugar se pone el pan en remojo durante unos cinco minutos (con poca agua).
Tras haber lavado bien la lechuga, los tomates y la albahaca, limpiado la cebolla y pelado el pepino y la zanahoria,  se escurre y exprime el pan,  apretándolo  con las manos. Luego se  desmenuza el pan  siempre con las manos en el recipiente en el que se va a servir.
Agregar los tomates, la zanahoria y el pepino en trozos pequeños y la cebolla en rodajas. Después poner la albahaca y la ensalada, bien cortadas. Por último añadir sal, pimienta, bastante  aceite y vinagre. Mezclarlo todo bien. Este plato es bueno frío.

¡Buen provecho!



 

venerdì 13 giugno 2014

El vestido de Carla - Il vestito di Carla


















Aquella mañana era para mí como si fuera el primer día de vacaciones. Aún faltaba un poco para acabar el curso y por consiguiente tenía pendientes muchas tareas: corregir pruebas parciales, hacer evaluaciones, preparar y efectuar los exámenes finales. Pero aquel lunes de mitades de junio, sin tener que dar clases, me pareció todo un regalo.
Quería ponerme un vestido fresco ya que desde hacía dos días había llegado de golpe el calor y  el bochorno en la ciudad.
Abrí el armario y entre todos mis vestidos escogí el azul, que me había regalado Carla  hacía muchos años. Repentinamente me llegaron sus palabras:
- Te he traído un traje que a mí me queda pequeño, pero a ti te va a caer fenomenal, me dijo una tarde sentada en un banco del parque donde solíamos ir con los niños en los días soleados.
- Muchas gracias eres muy amable. Me gusta mucho, es un vestido especial: sencillo y  llamativo  a la vez por los cortes laterales que le dan un aire un poco provocativo. Me  lo voy a probar mañana mismo y luego te contaré como me queda. Le dije muy contenta.
Al día siguiente fui a su casa con el vestido puesto. Era de mi medida. Iba muy a gusto con él pues sentía que el lino me acariciaba y refrescaba la piel y sobre todo sus distintas tonalidades  me recordaban el mar.
Carla se alegró al verme vestida de azul  y en seguida me contó  cómo había dado con aquella prenda.
- Es un traje que hallé revoleando la ropa de un tenderete en un mercadillo, donde vendían ropa nueva, un poco pasada de moda, pero de buena costura. El vendedor me dijo que procedía del guardarropa de una tienda antigua que había quebrado, porque la dueña, quien tenía la costumbre de ponerse prendas o adornos azules, se había enamorado de un canta mañanas que le había chupado todos sus haberes. El establecimiento, ya famoso desde el siglo pasado por sus modelos originales, era muy renombrado en la ciudad y a él acudían señoras ricas, cantantes de ópera y actrices. Se nota, por su corte, por su color y por el tejido, que es todo un señor vestido, acabó diciendo.
- me siento orgullosa de llevar uno trapito cuya confección tiene tanta historia, le dije dando la vuelta y agarrando hacía arriba  los lados de la falda.
-Yo  me lo puse poco,  porque engordé  y no conseguía abrocharlo bien, sin embargo en seguida descubrí esa gracia que  tiene. Verás que tu no te lo vas a sacar de encima y a tu marido le va a encantar. Me dijo Carla risueña.
En cuanto me hubo contado la historia del vestido decidimos tomar un té antes de  ir buscar a nuestros hijos al colegio.
Efectivamente durante todo aquel verano y otros más lo lavé y lo planché con esmero para poder ponérmelo a menudo. Cada vez que lo sacaba del armario pensaba primero en Carla  y  luego en la dueña de la tienda de alta costura y me perguntaba:
- ¿Quién sabe si  las dos lograrán rehacerse una  nueva vida?
Pasé, alguna temporada más, ilusionada con el traje azul; pero un día me pareció demasiado largo y  un poco pasado de  moda por lo tanto lo deposité en el fondo del armario y cayó en el olvido  hasta que aquella mañana de junio mis ojos se posaron en él.
El azar quiso que ese mismo día, llevando el vestido azul,  encontrara la carta. Antes de ponerme a trabajar, fui al cuarto de baño y como suelo hacer siempre, agarré  uno de los libros de nuestra estantería del pasillo, era El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. Mientras leía con deleite las primeras páginas del libro me cayó una carta.
La desdoblé, la acaricié y la leí lentamente. Su lectura me transladó hacia el pasado, me vi  sentada en frente del ordenador en el cuarto que usábamos como estudio. Teníamos un gran escritorio  para toda la familia, que por las tardes estaba siempre ocupado  pero después de cenar estaba  libre y yo solía disfrutar escribiendo cartas o anotando mis cosas en una especie de diario. Normalmente escribía con pluma estilográfica las cartas semanales a mi madre, a mis hermanos y a algunos amigos, pero algunas veces también me gustaba teclear mis pensamientos envuelta en el silencio de la noche. Cuando no me acababa de gustar lo que escribía, cambiaba algo y volvía a imprimir la página. Eso es lo que debió pasar aquella noche lejana. Supongo que envié la copia mejor al destinatario y la peor la deposité en el libro que entonces tenía entre mis manos. La carta decia:
Firenze 4 de junio de 1996
Querida Carla:
Estaba a punto de llamarte por teléfono, pero mirando hacia el ordenador he pensado que una carta era algo más íntimo y perdurable en el tiempo.
Son las nueve y media  de la noche, ya hemos acostado a los niños. U. mira la tele, creo que un debate político y yo, como puedes apreciar, estoy muy contenta junto a ti escribiéndote.
Te iba diciendo que los hijos estaban durmiendo, pues no, todavía están despiertos. Acabo  de oír la voz de uno de ellos que me está llamando: ¡mama!.
Oigo también los pasos de U. que se acercan al dormitorio para ver lo que pasa.
Yo me quedo inmóvil a tu lado; mejor que los niños no me vean, pues de lo contrario no dejarían que abandonase de nuevo su cuarto.
Este fín de semana hemos salido poco durante las horas más calurosas del día, pues ha llegado de golpe el verano con un gran bochorno. Los niños se han entretenido mucho jugando y dibujando por eso nosotros hemos podido leer y escuchar música, un rato  sentados en el sofá rojo. Qué milagro!!
El diente que se le  rompió el otro día a la niña, cayendo de la sillita donde se había encaramado para hacer reír al hermanito, no se ha vuelto gris, esto es una buena señal según el dentista. Al niño le  sigue gustando  quedarse en casa, ¿te acuerdas cuántas horas con tu hijo se entertenía  construyendo, con aquellas piezas tan pequeñas, castillos, puentes y fortalezas? En cambio a ella le apetece más salir e ir a jugar con las amiguitas.
He empezado el libro de García Márquez que tu me regalaste, pero también he leído algunos artículos científicos para ponerme al día y poder dar buenas  clases de biología el próximo curso. Hablar contigo sobre el ADN me sirvió mucho; tu sabes explicar muy bien las cosas, no solo por tus estudios de bioquímica sino también por tu paciencia y generosidad hacia los demás.
Me siento con muchas ganas de hacer cosas, quizás porque este año no me he agobiado demasiado en el trabajo y ahora que los niños empiezan a crecer estoy pensando muy ilusionada, que voy a tener más tiempo libre.
Me parece que a veces me equivoco, pues quiero abarcarlo todo y como dice el refrán “quien mucho abarca poco acaba”.
Hoy hee ido por primera vez en la vida  a que  me dieran masajes. ¿Te acuerdas que queríamos ir juntas el año pasado? El masajista era un estudiante ciego de fisioterapia, que se  ha sacado el título recientemente y por eso hacía pagar tan poco. Me ha dicho que tengo tensiones en la parte baja del cuello y alta de la espalda. No siempre lograba relajarme cuando él me decía:
- Si lasci andare signora!1
Es como si a nivel inconsciente estuviera siempre preparada para defenderme de algo.
- ¿qué raras que somos las personas y cuántos misterios hay  dentro de cada una?
En esta época  me parecía estar la mar de bien, en cambio resulta, según el masajista, que estoy muy tensa.
Será por las muchas  cosas de la vida cotidiana que se juntan y que a menudo se enredan: el trabajo, la casa, los niños, la pareja y la preocupación que siento  por mis padres, a  quienes veo envejecer  año tras año, cuando vuelvo al pueblo.
Ya me tienes en casa cada atardecer haciendo dos, tres o más cosas a la vez: preparo la cena escuchando la radio, juego con los niños, pienso en las clases del día siguiente, tiendo la ropa que voy sacando de la lavadora y  hago la lista de la compra.
Espero que hacia los cincuenta años consiga relajarme intentando hacer una cosa a la vez y sobre todo disfrutando del presente, sin hacer demasiados planes y organizando el día de mañana, como hago siempre.
Ahora, después de haberte  hablado de mi vida, quisiera saber algo  sobre la tuya.
¿Cómo estás, lejos de nuestra ciudad? ¿Qué tal con tu nuevo enamorado? ¿Y tu trabajo?Tengo muchas ganas de verte, hecho de menos las horas que pasábamos juntas cada tarde, cuando íbamos a recoger a los niños a la escuela. 
Todavía me pongo el vestido que me regalaste. Me encanta.
Los niños preguntan siempre por tu hijo, espero que se haya adaptado bien en la nueva escuela.
Dime cuando vas a volver para que podamos vernos.
Espero que los dos seáis felices.
Un abrazo muy fuerte.
Fina
Me senté de nuevo, encendí el ordenador y mientras esperaba que se conectara, me observé desde fuera: Vi a una mujer que  iba dejando atrás los cincuenta años e iba acercándose a los sesenta, que llevaba aún el vestido azul, que todavía le gustaba escribir cartas y que seguía haciendo  varias cosas a la vez, sin embargo también noté que estaba aprendido a disfrutar cada vez más  de las pequeñas cosas de la vida.

1 ¡Relajese señora!



 Il vestito di Carla
Quella mattina era per me come se fosse il primo giorno di vacanza. Mancava ancora un po' per finire il l'anno scolastico, quindi avevo diverse cose da fare: correggere verifiche, dare le valutazioni agli studenti e fare gli scrutini finali. Ma quel lunedì di metà giugno, senza dover andare a scuola, mi è parso come un regalo.
Volevo indossare un abito fresco perché da due giorni era arrivato il caldo e l'afa in città.
Ho aperto l'armadio e tra tutti i miei vestiti ho scelto quello blu, che Carla mi aveva regalato molti anni prima. Improvvisamente mi sono venuto in mente le sue parole:
- Ti ho portato un vestito, che per me è un po' piccolo, ma che a te starà benissimo. Mi ha detto un pomeriggio, mentre eravamo sedute in una panchina del parco dove di solito andavamo con i bambini nelle belle giornate.
- Ti ringrazio tanto. Mi piace molto, è un abito speciale: semplice, ma allo stesso tempo appariscente, forse a causa degli spacchi laterali, che gli danno un'aria quasi sbarazzina. Me lo proverò domani e poi ti dirò come mi sta, le ho detto molto contenta.
Il giorno dopo sono andata da lei col vestito addosso. Era veramente della mia misura. Ci stavo bene perché sentivo che il lino accarezzava la mia pelle, mi dava freschezza e soprattutto le sue diverse sfumature mi ricordavano il mare.
Si vedeva che Carla era felice nel vedermi vestita di blu e subito ha voluto raccontarmi come aveva fatto a trovare quel bell' indumento.
- Quest'abito l'ho trovato in una bancarella del mercato, dove vendevano vestiti nuovi, un po' datati, ma di buona sartoria. Il venditore mi ha detto che proveniva dai resti di magazzino di un vecchio negozio che era fallito, perché la proprietaria, che amava tenere capi o ornamenti azzurri, era caduta in disgrazia perché il suo consorte le aveva succhiato tutti i beni. Lo stabilimento, già famoso nel secolo scorso per i modelli originali, era molto rinomato in città e frequentato da signore ricche, cantanti lirici e attrici. Si vede che è un gran vestito dal taglio,  colore e tessuto, che sono molto azzeccati.
- Sono lieta di indossare un vestito che ha tanta storia. Ho detto queste parole girandomi intorno e afferrando gli angoli della gonna.
- Io l'ho indossato molto poco, perché nel frattempo ero un po' ingrassata e non riuscivo ad abbottonarmelo bene, però avevo fin dall'inizio scoperto la sua bellezza. Vedrai che te lo metterai spesso e piacerà a tuo marito. Disse Carla sorridendo.
Appena finì di raccontarmi la storia del vestito, abbiamo deciso di preparare un tè, prima di andare a prendere i nostri figli a scuola.
Infatti, quell'estate ho lavato e stirato con cura il vestito per poterlo indossare spesso. Ogni volta che lo tiravo fuori dall'armadio pensavo a Carla e alla proprietaria del negozio di vestiti e mi chiedevo:
- Chissà se entrambe sono riuscite a rifarsi una nuova vita?
Ho trascorso un lungo periodo indossando con allegria il vestito blu; ma un giorno l'ho trovato troppo lungo e un po' vecchio, quindi l'ho appeso nella parte più nascosta dell'armadio e lì è stato dimenticato fino a quando quella mattina di giugno i miei occhi sono caduti su di lui.
Il caso ha voluto che lo stesso giorno, che indossavo l'abito blu, trovassi la lettera.
Prima di mettermi al lavoro, sono andata in bagno e come faccio di solito, ho preso uno dei libri della libreria del corridoio. Mentre leggevo le prime pagine del romanzo scelto a caso, L'amore ai tempi del colera di Gabriel García Márquez, mi è caduta una vecchia lettera.
Era un foglio ripiegato in due. Mentre lo aprivo lentamente, l'ho accarezzato. Poi leggendolo mi sono sentita trasportata nel passato, dove di solito mi sedevo di fronte a un computer nella stanza che utilizzavamo come studio. Avevamo una grande scrivania per tutta la famiglia, il pomeriggio era molto richiesta, ma dopo cena era sempre libera e io la usavo per scrivere lettere o annotare le mie cose in una specie di diario. Normalmente scrivevo con la penna stilografica le lettere settimanali a mia madre e quelle meno frequenti a i miei fratelli e ad alcuni amici, ma a volte mi piaceva comunicare i miei pensieri, sentendo il ticchettio dei tasti che interrompeva il silenzio della notte. Quando non ero abbastanza soddisfatta di quello che avevo scritto, modificavo qualcosa e ristampavo. Questo è quello che deve essere successo quella notte di tanto tempo fa. Penso che la migliore copia sia stata inviata al destinatario e la peggiore depositata nel libro che avevo tra le mani. La lettera cominciava così:
Firenze 4 Giugno 1996
Cara Carla:
Stavo per chiamarti al telefono, ma poi ho pensato che una lettera poteva essere una cosa più intima e che sarebbe perdurata nel tempo.
Sono 9 e mezza  di sera e abbiamo appena addormentato i bambini. U. guarda la TV, penso un dibattito politico e come puoi vedere io sono molto felice scrivendoti.
Prima ho detto che i bambini dormivano, invece sono ancora svegli. Ho appena sentito la voce di uno di loro che mi chiama, mamma!.
Sento i passi di U. che stanno andando verso la camera da letto per vedere cosa succede.
Voglio rimanere ancora con te. E' meglio che i bambini non vedano me, altrimenti non mi permeterebbero di lasciare di nuovo la loro stanza.
Questo fine settimana siamo usciti poco durante le ore più calde della giornata, perché l'estate è arrivata improvvisamente in città e con essa una grande afa. I bambini si sono divertiti a giocare e disegnare, quindi noi abbiamo potuto leggere e ascoltare musica seduti sul divano rosso. Che miracolo !!
Il dente che la bambina si era rotto l'altro giorno, quando è caduta dalla sedia dove si era arrampicata per far ridere il fratello, non è diventato grigio, questo è un buon segno, così ci ha detto il dentista. Il bambino ama rimanere a casa, ti ricordi quante ore con tuo figlio giocava costruendo, con quei piccoli pezzi, castelli, ponti e fortezze? Invece la bambina è sempre pronta ad andare a giocare fuori dalle amichette.
Ho iniziato il libro di García Márquez che mi hai regalato, ma ho anche letto in questi giorni alcuni articoli scientifici per poter essere in grado di fare buoni lezioni di biologia il prossimo anno. Parlare con te del DNA, è stato un grande aiuto per me; Sai spiegare benissimo, non solo per i tuoi studi in biochimica, ma anche per la pazienza e generosità che mostri verso gli altri.
Ho voglia di fare tante cose, forse perché quest'anno non mi sono fatta sopraffare dal lavoro e credo che adesso, che i bambini iniziano a crescere, avrò più tempo libero. Ma a volte sbaglio perché ne voglio fare troppe e come dice il detto "chi ne comincia tante non riesce a finirne una".
Oggi sono andata, per la prima volta in vita mia, a farmi fare massaggi. Ti ricordi che ci volevamo andare insieme l'anno scorso? Il massaggiatore cieco era uno studente di fisioterapia, che ha preso il diploma di recente, per questo non costano molto i massaggi. Mi ha detto che ho delle tensioni nella parte bassa del collo e nella parte superiore della schiena. Non riuscivo a rilassarsi quando mi diceva:
- Si lasci andare signora!
E 'come se inconsciamente fossi sempre pronta a difendermi di qualcosa.
- Come sono complicate le persone e quanti misteri nascondiamo dentro di noi!
In questo periodo, che credevo di essere piuttosto rilassata, ora si  scopre, secondo il massaggiatore, che sono molto tesa.
Sarà per le tante cose della vita quotidiana che si intrecciano e spesso si aggrovigliato: lavoro, casa, bambini, vita coniugale e tante preoccupazione, soprattutto quella che sento verso i miei genitori, nel vederli invecchiati, anno dopo anno, quando torno al paese.
Dovresti vedermi a casa ogni sera facendo due, tre o più cose alla volta: mentre preparo la cena ascolto la radio, gioco con i bambini, penso alle lezioni del giorno successivo che devo impartire, tendo i panni che tiro fuori dalla lavatrice e a volte con un lapis aggiungo qualcosa nella lista della spesa.
Spero che verso la cinquantina riuscirò a rilassarmi, imparerò a fare una cosa alla volta e a godermi il presente, senza fare troppi progetti e organizzarmi il domani, come faccio spesso.
Adesso, dopo aver parlato della mia vita, vorrei sapere qualcosa della tua.
Come stai lontano dalla nostra città? Come va con il tuo nuovo amore? E il tuo lavoro?
Ho tanta voglia di vederti, mi mancano i momenti che trascorrevamo insieme ogni pomeriggio, quando si andava a prendere i bambini a scuola.
Ho ancora il vestito azzurro che mi hai regalato. Lo adoro.
I bambini chiedono sempre di tuo figlio, spero che si sia inserito bene nella nuova scuola.
Dimmi che ritornerai presto in città per poterci incontrare.
Spero tanto che voi due siate felici.
Un grande abbraccio.
Fina

Mi sono seduta di nuovo davanti il tavolo di lavoro, ho acceso il computer e durante l'attesa di collegamento, mi sono guardata dal di fuori: ho visto una donna che stava lasciando alle spalle i cinquant'anni e si stava avvicinando ai sessanta, indossava un abito blu, le piaceva scrivere lettere e continuava a fare più cose contemporaneamente, però ho notato anche che aveva imparato a godere di più delle piccole cose della vita.


domenica 8 giugno 2014

Gli occhiali gialli



A volte  piccoli cambiamenti nella vita quotidiana possono portare nuovi sentimenti e sensazioni positive ma soprattutto fiducia nel futuro,  si diceva quel giorno Laura.
La mattina nel bagno  del ufficcio dove lavorava aveva visto una macchia rossa nella carta igienica che aveva usato dopo aver fatto la pipì. Da due anni, in concomitanza con l'inizio della menopausa, le erano sparite le mestruazioni, per cui le sembrava impossibile rivedere quel rigagnolo rosso che usciva dal suo corpo. Aveva accolto sempre il sanguinamento che le arrivava puntualmente ogni ventotto giorni, senza contare il periodo delle gravidanze, con allegria.
Anche il menarca, venutole piuttosto tardi, non l'aveva spaventata.
Si ricordava ancora la bella mattina di primavera di 1971 in cui, in presenza dello zio,  aveva detto alla madre:
- Mamma, mi sono venute le mestruazioni, vieni ti prego.
- Adesso non possso, aspetta un momento.
La madre congedò rapidamente lo zio e si precipitò dalla figlia la quale venne rimproverata per aver detto quella cosa davanti a un uomo. Non capiva perché la madre si era alterata e se l'era presa tanto con lei.
Laura era contenta quando c'erano visite nella loro casa, sempre in penombra, dove raramente entravano parenti, vicini o altre persone del paese. Quello zio sempre scherzoso e gentile con lei, prima lo vedeva spesso, ma da qualche tempo andava poco a trovare il fratello, forse perché entrambi erano un po' risentiti dopo la ripartizione dell'eredità materna. La ragazza, nonostante l'incomodità di dover indossare un grosso assorbente, era felice perché aveva temuto di non essere normale, dato che, avendo da un pezzo compiuto quattordici anni e non essendole ancora arrivato il ciclo mestruale, si sentiva diversa rispetto alle altre bambine.
Di colpo le erano riaffiorate le mille sensazione che aveva avuto, per quasi quarant'anni,  ogni volta le appariva mensualmente il flusso rosso. La maggior parte erano piacevole e  colme di sollievo:
- Sono sana come le altre.
- Non sono incinta.
- Che bello che il sangue sia arrivato prima del viaggio con l'innamorato.
Altre volte nasceva qualche leggero timore legato alla salute o al lato pratico:
- Che disastro sarà dormire con l'assorbente nel sacco a pelo  in tenda.
- Questa pillola anticoncezionale ha cambiato il mio ciclo, farà bene?
- Come è abbondante, sembra un fiume in piena!
Poi pensò:"Anche questa volta la prima sensazione che ho percepito è stata positiva perché incoscientemente quel sangue  mi fa sentire ancora giovane e non voglio in nessun modo sostituirla con la paura di avere una malattia".
Laura tornò a casa dopo aver lavorato tutta la mattina. Cercò nell'armadio il pacco di assorbenti della figlia e si disse sempre più convinta:
"Sono sicura e che alcune ghiandole addormentate del mio corpo si sono svegliate e hanno prodotto, chi sa perché, una piccola quantità di ormoni che hanno scatenato il sanguinamento".
Il pomeriggio decise di andare a comprarsi un vestito. Da pochi mesi si era fatta fare degli occhiali da vista per correggere la sua  presbiopia, ma ancora non era abituata a usarli. Presto si rese conto di aver perso gli occhiali, forse appoggiati distrattamente nel camerino di uno dei tanti negozi visitati. All'imbrunire era diventata una ossessione per lei riuscire a trovare gli occhiali lungo la strada o nei vari negozi. Ma la sua affannata ricerca fu vana.
"Come farò domani ad andare senza occhiali al  corso che tanto mi interessa?  Andrò dall'occhialaio a comprarmene un altro paio". E con questa sua decisione si tranquillizzò.
Ma le durò poco quella serenità perché erano già le sette e mezza e trovò tutti i negozi chiusi. Era molto abbattuta quando entrò in un caffè della zona di S. Ambrogio a prendere qualcosa da bere. In un tavolo più in là erano sedute tre donne, una delle quali era una sua vecchia amica. Le salutò e si unì a loro dopo l' insistente richiesta delle donne.
L'amica, sentendo le avversità di quella strana giornata, che Laura le aveva cominciato a raccontare, le disse che le prestava molto volentieri un paio di occhiali gialli che non usava più e che erano della sua stessa gradazione. Poi le consigliò di chiamare il dottore, perché il sangue apparso in menopausa, secondo lei e le altre donne, non era normale. Laura non diede troppo peso al suggerimento femminile, perché era contenta di avere risolto con gli occhiali gialli il suo principale problema per l'indomani.
Quando arrivò a casa si lasciò convincere dal marito a chiamare  la ginecologa, la quale le disse che il sanguinamento poteva avere due cause: la prima, lo ispessimento del endometrio e quindi la probabile insorgenza di cellule maligne e la seconda, la seconda  meno probabile, un un sbalzo ormonale.
Laura quella notte dormì poco al pensiero della sua parete uterina ingrossata, ma la mattina si tranquillizzò con la convinzione che se fosse insorto un tumore nel suo utero lo avrebbe affrontato alla meglio, come d'altra parte lo stavano combattendo in quel momento tante donne nel mondo; sentiva una specie di umiltà interiore che le faceva vedere le cose in modo meno negativo.
Il marito la riconfortò con carezze mattutine, che tanto le piacevano, e le prestò il proprio computer portatile, perché quello che lei di solito usava  non voleva dare segni di vita.
Usci di casa per andare al corso contenta e grata con tutte quelle persone che le volevano bene e l'avevano aiutata in quella giornata piena di imprevisti. Aveva con se gli occhiali gialli, il portatile e soprattutto la consapevolezza di essere disposta a lottare contro un eventuale tumore se ne fosse stato necessario, ma nel suo intimo era sicura che in quei giorni il suo corpo stava proprio bene.
Dopo due mesi, in seguito ad ecografie, endoscopie e altri analisi, Laura scoprì che la sua teoria si era rivelata giusta: il suo utero era a posto, anzi in quel periodo era proprio ringiovanito.




Las gafas amarillas
A veces pequeños cambios en la vida cotidiana nos traen nuevas emocione, sentimientos positivos y sobre todo confianza en el futuro, se dijo aquel día Laura. Por la mañana en el cuarto de baño del despacho donde trabajaba vio una mancha roja en el papel higiénico que había usado para secarse tras haber orinado. Desde hacía dos años, coincidiendo con el inicio de la menopausia, la menstruación le  había desaparecido, por lo que le parecía imposible, volver a ver aquel riachuelo rojo que salía de su cuerpo. Siempre había aceptado con agrado la regla que le llegaba puntual cada treinta días, sin contar los embarazos. Incluso la primera vez que le vino tenía más ilusión que miedo. Todavía recordaba la soleada mañana de primavera de 1971, cuando en presencia de su tío, había dicho a su madre: 
- Mamá, me ha venido la regla, ven por favor.
- Ahora no puedo, espera un minuto.  
La madre se despidió de su cuñado, volvió a la cocina donde estaba su hija y la riñó por haber dicho aquellas palabras delante de un hombre. Laura no comprendió porqué su madre se había alterado y enfadado con ella. Laura se alegraba cuando  tenían visitas, la casona  siempre a oscuras se llenaba de luz,  las pocas veces que entraban parientes, vecinos u otras personas del pueblo. Aquel tío que era cariñoso con ella, iba a menudo por su casa, pero desde hacía algún tiempo iba menos a ver a su hermano, tal vez porque ambos estaban un poco ofendidos a causa de la herencia.
Aquel día Laura, a pesar de la incomodidad de tener que llevar una especie de toalla entre las piernas, estaba contenta, pues había temido lo peor. Hacía unos meses que había cumplido catorce años y no viniéndole la regla se sentía diferente a las otras chicas. De golpe recordó las  palabras que a lo largo de los cuarenta años, cuando le aparecía el flujo rojo, que se decía. La mayoría eran positivas y llenas de alivio: 
- Estoy tan sana como las demás
- No estoy embarazada.
- Qué bueno que la sangre ha llegado antes de emprender el viaje. En otras ocasiones sus palabras denotaban un ligero temor relacionado con su salud o con el lado práctico: 
- ¡Qué desastre será llevar un absorbente  bajo el  saco de dormir en una tienda de campaña!
- Esta píldora ha cambiado mi ciclo menstrual ¿ Va a irme bien?
- ¡Qué flujo abundante parece un río! 
Aquel día una vez más, la primera sensación que sintió fue positiva porque inconscientemente la sangre hacía  que se sintiera más joven y no quiso pensar de ninguna manera en una enfermedad. Laura al llegar a casa buscó en el armario de su hija un absorbente y sin sacarse la mancha roja de la cabeza se dijo: 
"Estoy segura de que algunas glándulas inactivas en mi cuerpo se han despertado y han producido, por alguna razón, una pequeña cantidad de hormonas que activan el ciclo menstrual"    
Por la tarde decidió ir a comprar un vestido. En los últimos meses le habían hecho unas gafas para corregir la presbicia, pero todavía no estaba acostumbrada a usarlas. De pronto se dio cuenta de que había perdido las gafas, tal vez dejándolas en la repisa de un vestuario de una de las muchas tiendas  donde entró. Al atardecer se había convertido en una obsesión para ella encontrar las gafas e iba entrando y salinedo por las las tiendas. Pero su búsqueda fue en vano.
 "¿Cómo haré mañana  sin gafas al curso que me interesa tanto?  Voy a ir a comprarme otro par" se dijo. 
Y con esta decisión se tranquilizó. Pero no duró mucho su serenidad porque eran ya las siete y media y todas las tiendas estaban cerradas. Estaba desmoralizada y para animarse entró en un café cerca de la plaza San Ambrogio para tomar algo de beber. En una mesa había tres mujeres, uno de los cuales era una amiga suya. Las saludó y se unió al grupo ya que las mujeres insistieron. La amiga, oyendo todo lo que Laura le había comenzado a contar, dijo que de buena gana le prestaba un par de gafas amarillas que ya no usaba, eran graduadas  como las suyas. A continuación, le aconsejó que llamara al médico, porque según ella y las demás mujeres, la sangre que aparecía durante la menopausia no era normal. Laura no dio demasiada importancia a la sugerencia de la amiga, pues estaba contenta de haber resuelto el problema de las gafas. Cuando llegó a casa su marido le aconsejó que llamara a su ginecóloga, quien le dijo que la hemorragia podría tener dos causas: la primera podía ser el engrosamiento del endometrio y por lo tanto la probabilidad de que surgieran más tarde células malignas y la segunda, menos probable, una mayor producción de hormonas. 
Laura esa noche durmió poco por el temor de que su pared uterina se volviera cada vez más gruesa, pero a la mañana siguiente estaba tranquila pensando que si le hubieran diagnosticado un tumor en el útero habría luchado como lo estaban haciendo en aquel momento muchas mujeres en mundo; sintió una especie de humildad interior que le hizo ver las cosas de una manera menos negativa.
Su marido la consoló con caricias, que tanto le gustaban a ella y le prestó su ordenador portátil, porque el  suyo se había estropeado. Salió de casa para ir a al curso contenta y agradecida con todas las personas que la querían y la habían ayudado en ese día tan lleno de imprevistos. Llevaba consigo las gafas amarillas, el ordenador portátil y la seguridad de estar dispuesta a luchar contra cualquier tipo de cáncer que se le hubiera presentado, pero algo por dentro le decía que su cuerpo estaba bien. Al cabo de dos meses, ecografías, endoscopias y demás análisis, demostraron  la validez de su presentimiento:  su útero era normal  e incluso en aquella época  se había rejuvenecido.