venerdì 21 marzo 2014

La striscia rossa


















Quel sabato mi ero alzata presto, ho acceso la radio e ho messo il bollitore sul fornello. Mentre aspettavo il fischio dell’acqua bollente, sul divano ho visto spuntare un piccolo giornale che aveva in alto una striscia rossa. Sfogliandolo e leggendo alcuni dei suoi articoli ho sentito un gran benessere.
Quei momenti sono svaniti subito ma mi hanno lasciano una scia di felicità senza che io ne potessi capire il vero motivo.
- Forse è stata un’ondata di nostalgia? Ho pensato.
Qualche settimana prima avevo provato un'emozione simile sentendo in lontananza la melodia di una canzone che veniva dalla casa vicina, dove da poco abitava una donna  messicana, figlia di catalani  che erano dovuti esiliare in Latinoamerica alla fine  della guerra civile spagnola.
Ricordavo ancora le parole di quella canzone popolare che mio nonno mi aveva insegnato.
«Baixan de la font del gat,
una noia, una noia,
baixan de la font del gat,
una noia i un soldat.
Pregunteu-li com es diu?
Marieta, Marieta.
Pregunteu- li com es diu?
Marieta de l'ull viu»1.
Mia figlia allora ventenne frequentava l’Università e ritornava la sera stanca ma contenta dopo una giornata di lezioni e studio. A cena sempre ci regala qualche novità o racconto. Quella volta ci portò il piccolo giornale con la striscia rossa e lo lasciò per me sul divano. Lei sapeva che davo un'occhiata al giornale la sera tardi o la mattina successiva, anche se alcune notizie erano ormai diventate vecchie. Mi piaceva leggere con calma qualche articolo, mentre in sottofondo sentivo il notiziario alla radio o della musica soave. Ero sempre l’ultima a impossessarmi del quotidiano che compravo tutte le mattine tornando dal lavoro. Il primo a prenderlo era mio figlio allora diciottenne, quando rientrava da scuola. Dopo nel pomeriggio, il giornale passava a mio marito e poi a mia figlia. Quando era tutto sgualcito io ne divento la padrona.
Ero arrivata a Firenze alla fine degli anni ‘70 in treno; ero partita da Barcellona con una valigia carica di sogni e di amore. Avevo venti anni. In quel periodo quasi tutti gli studenti universitari che frequentavo leggevano il giornale dalla striscia rossa. Io ne ero intimorita, era difficile da sfogliare, le pagine erano talmente grandi che scivolavano facilmente dalle mie mani, inoltre c’era una marea di articoli dedicati a una politica incomprensibile per me. Tutto era troppo serio e complicato, almeno questo sembrava a me, che venivo da un paese dove si cominciava allora a fare politica.
Al mio arrivo in Toscana leggevo ogni tanto un quotidiano spagnolo ma era difficile da trovare, quindi dopo qualche anno ho cominciato a leggere il giornale che mio marito  comprava tutte le mattine, fino a quando lo scorso anno il suo bizzarro edicolante è andato in pensione. Piano piano ho provato gusto a leggere in italiano, ma il giornale con la striscia rossa, nonostante il suo formato nel frattempo fosse diventato  più piccolo e maneggevole, continuava ad essere ostico per me.
Quella  mattina invece leggendo il giornale della striscia rossa mi sono sentita leggera, come se stessi scendendo dalla «font del gat», ero proprio contenta di averlo tra le mie mani, mentre fischiava il bollitore.

1 Scendendo dalla fonte del gat
   una ragazza, una ragazza,
   Scendendo dalla fonte del gat

   una ragazza e un soldato.
   Chiedetele come si chiama,
   Marieta, Marieta.
   Chiedetele come si chiama,
   Marieta dell'occhio vispo.

sabato 8 marzo 2014

naranjas sicilianas










En aquella temporada llovía cada día, sobre todo por la tarde. En Bologna, donde había ido con mis alumnos, me remojé, a causa de unos chubascos muy intensos, mientras visitábamos el casco antiguo la ciudad; fue entonces cuando empecé a estornudar.
Mi nariz comenzó a desprender agua y por la noche llegó un resfriado atroz.
- Quizás me lo ha contagiado mi marido, quien a su vez lo cogió de nuestro hijo, pues uno tras otro, la semana anterior, estuvieron acatarrados, pensé.
Aquel fin de semana era un poco especial, pues nos habían invitado a cenar màas de un amigo. Una cena el viernes, otra el sábado y por último una fiesta el domingo.¡Qué locura!!
El viernes estuve  tosiendo y estornudando sentada alrededor de una una mesa muy larga llena de manjares deliciosos. No tenía apetito, mi cabeza durante la cena se alejaba y perdía algunos trozos de conversación. Nos pusimos a hablar de agricultura sostenible y luego sobre la producción de naranjas sicilianas biológicas que un amigo nuestro compraba en la isla y luego vendía en Toscana.
Hacia medianoche me moría de sueño, sin embargo nadie se levantaba de la mesa para ir a acostarse. Me sentía sin ánimos, como un bulto al que se le tiene que arrastrar para moverlo. Finalmente, ya de madrugada, alguien se levantò de la mesa y luego todos nos despedimos de los anfitriones que por cierto vivían muy cerca de nuestra casa.
Por la mañana me desperté temprano con resaca a pesar de que había bebido muy poco. Me dolía la cabeza y no tenía fuerza, pero decidí levantarme sin despertar a  mi compañero de cama, pues estaba un poco ofendida con él, por una vieja historia de tareas domésticas. Quería desayunar sola y pensar en mis cosas.
- ¿Cuáles eran mis cosas?¿Estar triste, ofendida y negarme de ver lo bueno que el día me estaba ofreciendo? Me pregunté.
Al salir de casa para ir a comprar el periódico y el pan, oí una voz masculina que me decía:
- ¿A dónde vas tan deprisa? Anoche os olvidasteis de llevaros las naranjas sicilianas.
- Iré a tu casa a buscarlas dentro de media hora ¿Te va bien?
- Si, te esperamos, dijo mi vecino.
Fui a recoger una caja de fruta de 15 kilos, y mientras la llevaba a casa pensé:
- Esperemos que estas naranjas me den un poco de energía.
Estuve todo el día nerviosa empezando mil cosas sin acabar ni siquiera una. Tenía un desasosiego inexplicable.
Las tareas de casa se me presentaban grandiosas, la relación con mi pareja me parecía que iba a la deriva, notaba que mi cuerpo estaba envejeciendo irreversiblemente, me agotaba pensar  en mis alunnos, en fin todo me parecía difícil de superar.
Aquella tarde comprendí lo mucho que sufren las personas que tienen una depresión.
- Es como un engranaje que se encalla y repite siempre la misma cosa: todo está cuesta arriba, y al final en la cumbre te espera la muerte. Eso es lo  piensa quien es  infeliz, me decía a mi misma, mientras dejaba un libro y cogía otro.
Generalmente miro el lado positivo de la vida y no consigo entender el por qué algunas personas están deprimidas. Sin embargo aquel día al final me dije, como si hubiera descubierto un gran cosa, que de vez en cuando es bueno ser pesimistas y estar angustiados, pues es entonces cuando logramos comprender a los que sufren de tristeza perenne.
Gracias al gran resfriado y a las naranjas sicilianas aquella tarde me  sentí afortunada. 
Me preparé un zumo de naranja y me arreglé para salir. Fue una noche entrañable, disfruté hablando y escuchando a nuestros amigos. El resfriado empezaba a ir de baja y la energía que daban las naranjas iba surgiendo efecto.