lunedì 5 agosto 2013

El invitado inesperado













Llegó nuestro hijo a casa diciendo que le había llamado el chico con el que salía su hermana, quien le había dicho que quería darle a ella una sorpresa, presentándose al día siguiente en Firenze sin decirle nada. Le pedía además que en cuanto llegara el tren de Milán fuera a buscarlo a la estación.
Teníamos que procurar que ella estuviese en casa a las cinco de la tarde, sin embargo no tenía que escaparse de nuestras bocas nada de nada.
Aquella tarde bochornosa de julio estaba echada en la cama leyendo un libro, cuando oí que se movía la llave en la cerradura.
- Hola familia, ¿qué tal?. Dijo nuestro hijo desde la puerta
- Aparte del bochorno, requetebien!!. y tú ¿cómo estás ? le dije yo.
- Muy bien, voy a ducharme porque me muero de calor.
Su hermana seguía en su habitación trabajando para su tesis de final de carrera y no había notado nada.
Oí las ruedecitas de la maleta del novio que se movían por el pasillo.
Luego un grito de sorpresa y felicidad llenó toda la casa. Ella lloraba de alegría.
Cuando al cabo de un rato fui a su cuarto para saludar al invitado inesperado todavía se besaban y abrazaban.
Me dijo que recibir aquella visita había sido para ella una emoción tan grande que todavía no lograba creérselo, pues en realidad no iban a poderse ver hasta principios de septiembre cuando empezaran las clases en la Universidad de Madrid, donde los dos estudiaban.
- es un pequeño milagro ver aparecer delante de ti a la persona que quieres y añoras tanto porque está lejos, dijo ella.
Volví a mi cuarto y puse otra vez el libro en mis manos, pero mis pensamientos ya no estaban relacionados con la lectura sino con la llegada inesperada de U, a Barcelona. en primavera de 1977.
Había encontrado un trabajito que alcanzaba para mis gastos. Seleccionando facturas para un banco en una oficina un poco destartalada de un barrio periférico del norte de Barcelona, mi cabeza podía escaparse y pensar en U., mi gran amor.
Hacía pocos meses que nos habíamos conocido y ya nos echábamos de menos
El estudiaba arquitectura en Firenze y yo vivía en Barcelona. No me acababa de gustar la facultad que había escogido. Hacía el tercer curso de químicas y me quería especializar en bioquímica, pues la vida y sus misterios me interesaba mucho.
Pero los dos primeros cursos habían sido muy pesados y aburridos, sin embargo el tercero se presentaba peor pues, las clases teóricas y las prácticas, no me dejaban libre ni un minuto. Sentía que había algo en aquella carrera que no me convencía.
Claro que tenía que estudiar mucho, pero a eso ya estaba acostumbrada, en cambio lo que no me gustaba era estar todo el día envuelta en conceptos abstractos y fòrmulas químicas. Me hubiera gustado tocar con los pies el suelo y con las manos la vida, cosa que comprendí más tarde cuando me trasladé a estudiar Paleontologia en Firenze.
Por las noches deseaba leer una novela, pero cuando abría el libro me sentía culpable, pues sabía que debía estudiar. Me faltaba tiempo y eso me agobiaba.
En noviembre de 1976, hubo una vaga general en la universidad central de Barcelona y para mí fue un momento muy especial. Dejé los libros de química en los anaqueles y empecé a sentirme libre. Con mis compañeras de piso invitábamos a amigos a cenar, salíamos por la noche a menudo, dormíamos casi toda la mañana y por la tarde leía echada en mi cama.
En aquellos días de libertad conocí a U. quien, aprovechando del hecho que en su facultad tampoco había clases, pues los estudiantes la habían occupato , había salido de Genova en barco para Barcelona, con cuatro duros y un papelito doblado en el bolsillo, que unos amigos, quienes había conocido en Venecia aquel verano, le habían dado para invitarle a Barcelona.En el papel estaba  la dirección de uno de ellos.
Mientras ponía en su lugar las varias facturas, pensaba en que echaba mucho de menos a U. y en cuànto daría para poder estar a su lado.
Por las mañanas iba a clases y algunas tardes a trabajar. Pero aquel día no fui a la facultad, porque me habían pedido que fuera a clasificar facturas por la mañana.
U. había viajado casi 24 horas en barco y había llegado a media mañana al puerto de Barcelona.
Tocó el timbre, del piso de la calle Maestro Nicolau, que yo compartía con otras estudiantes, muchas veces pero nadie le contestó.
Por consiguiente se sentó en las escaleras y se puso a leer. Hacia las dos subía lentamente las escaleras, pues no me gustaba nada tomar el ascensor, pensando en lo que iba a prepararme para la comida, cuando lo vi sentado en los peldaños más altos, cerca de la puerta del piso.
Fue una emoción tan fuerte que no podía creer lo que veían mis ojos.
En aquel momento se abrió la puerta y apareció una compañera de piso que salía corriendo para ir a clases.
- no has oído el timbre, le pregunté.
- lo siento mucho, pero cuando duermo profundamente no hay quien me despierte, dijo ella bajando las escaleras deprisa.
Abrí la puerta y penetramos abrazados en el piso.
El mundo cambió, la tarde se volvió noche y la noche tarde.
Aquel día bochornoso de julio hacia el atardecer se refrescó después de una violenta tormenta típica de verano.
Abrí las ventanas y pensé que teníamos que celebrar la nueva y la vieja sorpresa.
Nuestros hijos salieron juntos a tomar un aperitivo y luego cada uno por su cuenta iban a cenar.
Puse la mesa para los dos y preparé manjares a base de verduras que a U. le gustan mucho.
Cuando U. llegó no sabía lo que íbamos a celebrar, viendo la mesa tan bien puesta y las velas encendidas, sin embargo cuando le conté que nuestra hija aquella tarde había tenido una visita inesperada en seguida recordó con deleite su llegada improvisa al piso de la calle Maestro Nicolau, que tanto me había sorprendido y maravillado.


Nessun commento:

Posta un commento