domenica 7 aprile 2013

San Jordi - San Giorgio
















Me preguntaba a menudo, por qué en aquel entonces tuve tantas ganas de implantar la fiesta del libro en Firenze.Quizás el hecho de que en aquella época tuviera mucho tiempo libre, porque me había roto un brazo y consecuentemente no podía ir a trabajar, jugó a mi favor.
Enyesada desde la axila hasta la mano izquierda fui a todas las librerías y bibliotecas de la ciudad para promocionar la fiesta. Con la mano derecha escribí cartas a los periódicos y a todos los amigos.
Llegó el 23 de abril. Había podido organizar solamente con un grupo de mujeres una fiesta en una pequeña librería, la Librería delle donne, que tuvo mucho éxito, sin embargo allí me di cuenta que a pesar de mi tozudez no habría sido fácil instituir en Toscana la fiesta de San Jordi 1
Pasaron algunos meses y me olvidé de la fiesta del libro. Hasta que me llamó mi amiga Anna para decirme que había muerto una compañera de trabajo suya, a quien yo había conocido algunos años atrás en el gimnasio donde íbamos los martes y los jueves.
Me dijo que siguiendo sus disposiciones  no habría funeral en la iglesia y que la empresa funeraria se encargaría de trasladar directamente su cuerpo al crematorio. Sin embargo podíamos ir a despedirnos de ella al tanatorio de la ciudad.
Era un día muy caluroso de primeros de julio y Anna, mujer deportiva y práctica, que daba clases de gimnasia en una escuela pública, me invitó a ir con ella en su vespa roja, para que no tuviera problemas de aparcamiento.
Me trajo el casco de una de sus hijas y recorrimos la parte alta de la ciudad en vespa, mientras nos acariciaba el aire suave de la mañana.
A pesar de tener una gran pena en el alma por la muerte prematura de aquella mujer sentía a la vez un ligero bienestar sentada detrás de mi amiga, quizás porque recordaba la película “Caro diario” de Nanni Moretti, en la que el protagonista durante el mes de agosto daba vueltas con su vespa por una Roma casi desierta.
El tanatorio estaba en las afueras de la ciudad y no lográbamos hallarlo, finalmente dimos con él y al entrar recorrimos un poco atemorizadas varias salas, hasta que en el último pasillo encontramos el féretro de la difunta.
Alrededor del ataúd había flores y muchas personas, casi todos profesores de secundaria.
El marido y las hijas aún no habían llegado. Mientras esperábamos a los familiares conocí personalmente a Pietro, el hijo de una de las mejores amiga de Anna.
Pietro algunos años atrás había pasado una larga temporada en Cataluña para preparar su tesis doctoral en el campo político-económico. Habíamos hablado una sola vez por teléfono a raíz de la investigación que estaba haciendo sobre la historia de un partido político catalán: Esquerra Republicana de Catalunya. Ya que mi prima Teresa era una líder importante del partido en mi pueblo, lo puse en contacto con ella. Al acabar los estudios estaba muy preocupado, me dijo, pues no encontraba empleo, sin embrago hacía cosa de un año que su suerte había cambiado. Se había presentado a las elecciones municipales sin lograr ser elegido, pero más tarde por una serie de coincidencias positivas pudo entrar como Concejal del Ayuntamiento de Firenze. Entonces volví a pensar en la fiesta de San Jordi y le conté a Pietro mi proyecto. Juntos decidimos que íbamos a intentar organizar el acontecimiento para el año sucesivo. Nos despedimos y él se marchó con su viejo ciclomotor.
Se me acercó la amiga de Anna  y me contó muchos pormenores de los últimos días de la difunta:
-  ha luchado tenazmente contra un cáncer muy agresivo durante más de cinco años, a veces parecìa que lo había derrotado, sin embargo nunca había logrado expulsarlo definitivamente de su cuerpo. Hasta el final no ha querido aceptar la derrota, immagínate  ya había planeado minuciosamente sus vacaciones de verano en la isla de Cerdeña y también un viaje por América del Sur en septiembre con su marido, que acababa de jubilarse. Ella había dejado su puesto de trabajo el año anterior, pero aún seguía colaborando con el grupo teatral de la escuela.
- Había sido una mujer muy valiente y era injusto que su cuerpo frio yaciera en aquel tanatorio, pensé.
Llegaron los familiares y cogiéndonos por la mano nos pusimos en corro alrededor de su cuerpo pálido. Nos despedimos de ella susurrando nuestro agradecimiento por toda la alegría que nos había regalado.
Las horas pasaban y todos charlábamos bajito, a pesar de aquellos momentos tan tristes. Era como si quisiéramos apreciar las cosas buenas de la vida comunicando con los demás.
Poco a poco la gente iba dejando el tanatorio. Solo se quedaron los más íntimos.
Anna empezó una larga conversación con el marido de la difunta y luego, conociendo a todo el mundo allí reunido, siguió hablando con cada uno de ellos.
Yo estaba cansada de tanta charla y me senté en otro pasillo. Necesitaba apaciguarme y dejar de oír voces.
Mi curiosidad me llevó a una cámara mortuaria desierta. Había un caja con un cadáver que me pareció un poco raro, porque estaba completamente solo.
- Había sido seguramente un hombre guapo pensé, pues a pesar de palidez y de sus ochenta años aún era bien parecido.
Vi en una mesa un cartelito con su nombre: Mario Toselli
- Mario, espero que no estés triste porque nadie ha venido a verte, yo te haré un poco de compañía, le dije.
Mientras me preguntaba  por què no había nadie que velaba a aquel viejecito, llegó Anna diciéndome :
- dónde te habías metido? hace rato que te estoy buscando, tenemos que irnos pues es muy tarde. Dijo ella.
Volvimos a casa silenciosas bajo la pesadumbre de un aire bochornoso y de una intensa tristeza.
En otoño escribí un correo a Pietro para empezar a trabajar en el proyecto de la fiesta de San Jordi, y él me dijo que se lo comentaría al Assessore y que ya hablaríamos más adelante.
La fiesta del libro, volvió a mis pensamientos durante el viaje a Rouen, quizás porque mi cabeza estaba despejada de los asuntos del trabajo y familiares.
Echada en la cama de una pequeña habitación del hotel “Des Carmes”, mientras nevaba y no podía salir, pensé en que faltaban casi dos meses para el 23 de abril y que quizás Pietro  no me había llamado a causa del espinoso periodo electoral que había tenido su partido político. Le escribí un correo diciéndole que teníamos poco tiempo para organizar la fiesta de San Jordi.
Por una serie de imprevistos no pudimos vernos con el assessore hasta al cabo de dos semanas.
Les gustó mi propuesta y me dijeron que sería estupendo poner paradas de libros por las calles. Decidimos ir a hablar con los gerentes de las librerías y con los vendedores ambulantes. Pietro y yo pasamos algunas tardes visitando libreros.
Como había sucedido el año anterior me di cuenta de que sería difícil implantar una nueva tradición librera en Firenze en una época de crisis económica como aquélla. A todo el mundo le gustaba la idea, sin embargo ponían muchas pegas: qué si no tenían tenderetes y debían alquilarlos, qué si el tiempo era muy justo faltando sólo pocas semanas, qué si eran pocos los libreros, etc.
Al atardecer fui a la última librería del barrio de Santa Croce. Abrí la puerta y un grupo de personas, más tarde supe que eran españoles, me miraba con curiosidad. Luego también comprendí que esperaban con ansiedad a que entraran más lectores pues había la presentación del libro de un escritor bastante famoso de Madrid. Llovía, hacía viento y casi nadie había acudido a la cita.
Expliqué a todo el mundo el motivo de mi visita y entonces los españoles empezaron a sonreír y me dijeron:
- Qué gracia que una catalana en Toscana quiera patrocinar la fiesta del libro.
Fue muy agradable hablar con el gestor de la librería, con el escritor madrileño y con sus acompañantes. Mientras charlábamos de libros pensé que quizás nunca podría implantar en Firenze el día del libro, pero que en esos días gracias a la fiesta de S. Jordi, había visto de cerca y conocido a muchos libreros ambulantes y a tantas personas intersantes, había encontrado en una parada una buena edición de la novela de Tolstoj, Anna Karenina, que tanto me  gustó leer en mi juventud y sobre todo sentía un gran bienestar porque nuevas y viejas historias se habían entrecruzado.

1 Es el 23 de abril, el día en que en toda España los libreros ponen tenderetes por las calles para ofrecer sus libros a la gente que pasea y en Cataluña, siendo el día del Santo patrón, San Jordi, además del libro ofrecen una rosa roja a las mujeres siguiendo una tradición muy antigua que decía que cuando San Jordi mató al dragón, la sangre que salia de la herida mortal del animal se había trasformado en rosas.




San Jordi1
Mi chiedevo spesso quale era il motivo per il quale un giorno avevo pensato che sarei riuscita a diffondere la festa del libro a Firenze.
Forse il fatto che in quel periodo avevo molto tempo libero, perché non potevo andare al lavoro a causa del mio braccio rotto, ha giocato a mio favore.
Con un gesso che partiva dalla ascella fino alla mano sinistra, sono andata in tutte le librerie e biblioteche cittadine per promuovere l'evento e con la mano destra ho scritto lettere ai giornali e a tutti gli amici.
E' arrivato il 23 aprile e avevo potuto solamente organizzare con un gruppo di amiche una festa nella piccola libreria delle donne, la quale ha avuto un gran successo, ma è stato là che ho pensato che nonostante la mia caparbietà non sarebbe stato facile instaurare la festa di S. Giorgio a Firenze.
Sono trascorsi alcuni mesi e mi è passato di mente la festa del libro, fino a quando non sono stata chiamata da Anna, una amica, per farmi sapere che era morta una sua collega  che io avevo conosciuta qualche anno prima nella palestra dove andavamo insieme ogni martedì e giovedì.
Mi disse che non ci sarebbe stata nessuna cerimonia religiosa, dato che il corpo sarebbe stato trasportato direttamente al crematorio, ma che potevamo dargli l'ultimo saluto nelle Cappelle del Commiato.
Era una giornata molto calda di inizio di luglio. Anna, donna molto sportiva e pratica, insegnante di educazione fisica, mi ha detto che mi avrebbe dato un passaggio con la sua vespa, in quel modo non avrei avuto problemi di parcheggio.
Mi ha portato il casco di una delle sue figlie e ci siamo dirette verso la parte alta della città, mentre l'aria tiepida della mattina ci accarezzava.
Nonostante la grande tristezza che provavo per la scomparsa prematura della nostra comune  amica ho sentito un leggero benessere seduta dietro la motocicletta di Anna, forse perché quella situazione mi ricordava il film “caro diario” di Nanni Moretti nel quale il protagonista, durante il mese d'agosto, vagava con la sua vespa per una Roma quasi deserta.
Le Cappelle del Commiato erano nella periferia della città e non riuscivamo a trovarle. Finalmente dopo aver girato molto siamo arrivate.
Entrando abbiamo percorso diverse sale, fino a che nell'ultimo corridoi abbiamo trovato il feretro che cercavamo.
Intorno c'erano molti fiori e diverse persone, quasi tutti insegnanti. Il marito e le figlie non erano ancora arrivate, mentre aspettavamo loro ho conosciuto direttamente Pietro, il figlio di una delle migliori amiche di Anna.
Pietro, alcuni anni prima era stato per un lungo periodo in Catalogna, per preparare la sua tesi dottorale in ambito politico-economico. Avevamo parlato una sola volta al telefono, quando effettuava una ricerca sulla storia del partito catalano “ Esquerra Republicana de Catalunya”.Dato che mia cugina Teresa era allora un membro di spicco di quel partito nel mio paese, li ho messi in contatto.
Pietro, una volta finiti gli studi,aveva attraversato un periodo difficile perché non trovava lavoro, invece dopo un po' di tempo la sua fortuna era cambiata. Si era presentato alle elezioni comunali, ma non era rientrato tra gli eletti, ma dopo, per una serie di coincidenze positive, era stato scelto come membro del Consiglio del comune di Firenze.
Allora mi è venuta in mente di nuovo la festa di San Jordi e ho esposto a Pietro il mio progetto. Insieme abbiamo deciso che avremo cercato di organizzare l'evento per l'anno seguente.
Ci siamo salutati e lui se ne andato col suo vecchio motorino.
Dopo poco  la amica di Anna e mi ha raccontato per filo e per segno gli ultimi giorni della nostra amica:
- ha lottato con tutte le sue forze contro un tumore molto aggressivo per più di cinque anni, a volte sembrava che fosse quasi guarita, ma non era mai riuscita a divellerlo completamente dal suo corpo. Fino alla fine non aveva voluto accettare la sua sconfitta e quindi aveva organizzato nei minimi particolari le vacanze estive in Sardegna, dove avevano una piccola casa e un lungo viaggio per il Sudamerica, da fare a metà settembre con suo marito, che doveva andare in pensione a giorni. Lei aveva lasciato il suo posto d'insegnante un anno prima, ma continuava  a far parte del  gruppo teatrale della scuola.
- Era stata una donna molto coraggiosa ed era ingiusto che il suo freddo corpo giacesse in quella camera mortuaria, pensai io.
Arrivarono il marito e le figlie e ci siamo messi tutti in cerchio intorno a quel pallido corpo. Le abbiamo dato, tenendoci per mano, l'ultimo saluto ringraziandola per tutta l'allegria che ci aveva regalato.
Il tempo passava e tutti parlavamo a voce bassa. Nonostante che quei momenti fossero così tristi, era come se ognuno di noi volesse sentirsi vivo comunicando con gli altri.
Lentamente le persone sono andate via. Sono rimaste solo quelle più vicine alla famiglia.
Anna ha cominciato una lunga conversazione col marito della defunta e poi, conoscendo tutti  lì riuniti, ha continuato a lungo a parlare con loro.
Io ero un po' stanca di tutti quei discorsi e mi sono allontanata e seduta in un altro corridoio. Avevo bisogno di trovare pace e silenzio.
La mia curiosità mi ha portato verso la camera mortuaria di fronte a me. Mi ha molto colpito che che non ci fossero né fiori né persone intorno alla bara di quel morto abbandonato.
- Era stato sicuramente un bel uomo, perché nonostante l'età, il pallore e la magrezza ancora aveva una bella figura, pensai.
Ho visto su un tavolo un cartellino col suo nome e i dati anagrafici:
Mario Toselli, nato a Firenze nel 1929.
- Mario, spero che tu non sia troppo triste perché nessuno è venuto a trovarti, ti farò io un po' di compagnia, gli ho detto.
Mentre mi chiedevo perché quel vecchietto non aveva nessuno accanto è arrivata Anna.
- Dove eri finita? E' da tanto che ti sto cercando, dobbiamo andare. E' molto tardi, mi ha detto.
Siamo ritornate a casa silenziose sotto una pesante e appiccicosa aria calda e una intensa tristezza.
In autunno ho scritto a Pietro per ricordargli che si potrebbe cominciare a elaborare il progetto della festa di S. Jordi, lui mi ha risposto che ne avrebbe parlato con l’ Assessore alla cultura e che ci saremo sentiti più avanti.
La festa del libro è tornata ai miei pensieri durante il viaggio a Rouen, forse perché la mia testa era sgombra da impegni lavorativi e famigliari.
Seduta sul letto, con un libro in mano, nella piccola stanza dell'albergo “Des Carmes”, mentre nevicava tanto ed era quasi impossibile uscire, ho pensato che mancavano appena due mesi per il 23 aprile. Forse Pietro non si era fatto vivo a a causa del periodo difficile che stava passando il suo partito politico. Gli ho detto, attraverso una mail, che se volevamo organizzare la festa del libro avevamo poco tempo.
Per una serie di imprevisti fino a due settimane dopo non abbiamo potuto prendere un appuntamento con l'assessore.
La mia proposta è stata ben accolta, ma soprattutto è piaciuta l'idea di allestire delle bancarelle di libri per le strade, quindi abbiamo deciso di andare a trovare i gestori delle librerie e i librai ambulanti.
Pietro ed io abbiamo trascorso alcuni pomeriggi a parlare con i vari librai fiorentini.
Come era successo l'anno prima mi sono resa conto che sarebbe stato molto difficile diffondere la tradizione del libro e la rosa in quest'epoca difficile a causa della crisi economica. A tutti piaceva l'idea, ma sollevavano molte obiezioni: alcuni non avevano strutture per le bancarelle e quindi dovevano affittarle a costi non indifferenti, altri si lamentavano del poco tempo a disposizione e molti deploravano il fatto di essere rimasti in pochi a vendere libri.
Verso l'imbrunire sono andata in una piccola libreria, l'ultima che mi era rimasta, nel quartiere di Santa Croce.
Appena ho aperto la porta, un gruppo di persone, più tardi ho saputo che era spagnole, mi ha guardato con curiosità, dopo ho capito che aspettavano con ansia lettori per la presentazione del libro di uno scrittore abbastanza famoso di Madrid. Pioveva e tirava un vento molto forte, quindi quasi nessuno si era presentato all'appuntamento.
Ho raccontato loro il motivo della mia visita e allora tutti hanno cominciato a sorridere e mi hanno detto:
- che buffo che una catalana in Toscana voglia divulgare la festa del libro!
E' stato molto piacevole parlare con il proprietario della libreria, con lo scrittore di Madrid e con i suoi accompagnatori. Mentre parlavamo di libri ho pensato che forse non sarei mai riuscita a mettere in piedi a Firenze la giornata mondiale del libro, ma che in quei giorni, grazie alla festa di S. Jordi, avevo incontrato tante persone interessanti, avevo visto da vicino la realtà di molti venditori ambulanti, avevo trovato una buona edizione del romanzo di Tolstoj, Anna Karenina, che tanto mi era piaciuto leggere in gioventù e soprattutto sentivo un gran benessere perché alcune vecchie e nuove storie si stavano intrecciando.


1  Il 23 aprile è la festa mondiale del libro, giorno nel quale tutti i librai spagnoli allestiscono delle bancarelle per la strada. In Catalogna, essendo il giorno del santo patrone, San Giorgio, vengono offerti oltre che libri rose rosse alle donne, seguendo un'antica tradizione che diceva che dalla ferita mortale che S. Giorgio procurò al drago, al posto del sangue uscivano rose rosse.