sabato 24 novembre 2012

La carta perdida - la lettera perduta








Aquel día en los anaqueles del viejo garaje, que estaba vaciando, al sacar un montón de viejos y polvorientos libros, apareció un sobre blanco, que contenía la carta perdida.
Finalmente después de tantos años salió de nuevo aquel pequeño diario, que desde finales de los noventa había escrito durante casi dos años, en forma epistolar a U. Le hablaba de mi vida junto a él, de nuestras historias cotidianas, de nuestros hijos que entonces tenían seis y ocho años y sobre todo le contaba los recuerdos del día en que nos enamoramos, en aquel lejano noviembre de 1976.
Se la entregué un día caluroso antes de salir de vacaciones hacia mi tierra natal, donde iba con los niños, sin embargo al cabo de dos semanas él nos alcanzaría y juntos haríamos un pequeño viaje por el sur de España. Le dije que tenía que leerla el domingo siguiente, que era el día de su cumpleaños.
Noté que la carta no le había gustado del todo, ya que cuando nos volvimos a ver no deseaba hablar mucho de ella.
Me lo imaginé meláncolico leyendo la carta, sentado en el sofá rojo de nuestra casa al lado del ventilador, para placar el bochorno que hacía.
Durante el viaje que hicimos por Andalucía, mientras él conducía y los niños dormían, yo miraba el paisaje desierto de la Sierra Morena y me preguntaba:
- ¿Quizás él, después haber leído aquellos episodios de nuestra vida íntima,  ha pensado que una vez escritos ya no eran sólo nuestros?
- ¿Puede ser que sus recuerdos fueran distintos a los míos?
Luego olvidé la carta, que tanto me gustó escribir, y quedó escondida en un estante polvoriento  del garaje.
Aquella tarde en la que estaba preparando la mudanza subí las escaleras deprisa y entré en casa diciendo:
- He encontrado la carta perdida.
- ¡Ves  como no la he perdido yo, eres tú la que siemre lo esconde todo! Dijo U.
Estaba de mal humor, pues había trabajado mucho durante aquellos días, ya sea siguiendo las obras para renovar el local que habíamos comprado, que en su trabajo cotidiano. Pero sobre todo estaba un poco ofendido por lo que yo le había dicho aquella tarde :
-  Eres un poco mandón, siempre lo decides todo tú.
- Pues, tú en cambio no decides nunca nada, pero luego criticas lo que hacen los demás, respondió  él.
- No quiero enfadarme, pero quisiera hacer hoy el traslado, repliqué yo.
- Aún no, esperemos otra semana, me dijo.
- Pues yo lo hago hoy mismo, aunque tenga que hacerlo sola.
- Haz lo que te dé la gana, contestó él.
Yo solo deseaba empezar a sacar cachivaches, pues sentía ansiedad porque no soportaba tener cosas pendientes y me mataba postergar cada vez la mudanza al próximo fin de semana.
Me puse ropa vieja y me fui al garaje aprovechando la tarde suave de finales de octubre.
Con las manos sucias de polvo empecé a leer aquella carta, que a su vez hablaba de otra carta perdida escrita en un papel fino azul, en la que muchos años atrás había recordado los mismos acontecimientos de aquel día de noviembre de 1976.
- Mi vida estaba llena de cartas perdidas, pensé.
Mientras sacaba y separaba los libros que quería guardar de los que hubiera sido mejor tirar, un grupo de jóvenes ocupas entró en el el local de al lado. Había sido una pequeña academia de arte, pero estaba cerrada desde hacía tiempo.
Estaba leyendo la carta cuando se me acercó un hombre delgado de unos cuarenta años, que  hacía parte del grupo y con un acento de Bologna me dijo que era un poeta. Era muy amable y quería ayudarme a transportar cajas de libros. Estuve un ratito con él.
El poeta era muy locuaz y extrovertido, me contó que había estado encerrado en la cárcel unos años, porque una noche había participado a unos amigos al robo una tienda de instrumentos musicales. Su abuelo, quien había llegado a la ciudad de un pueblecito de los Apeninos, le había enseñado a tocar el acordeón. Pero la vida había sido muy dura con él, había perdido primero al abuelo y luego el viejo instrumento. Por eso su sueño era poseer un acordeón. No se acordaba de como se había liado en aquella empresa, sin embargo nunca podría olvidar el día en que los agentes de policía los habían descubierto con las manos en la masa. Las cosas se complicaron y el tuvo que estar una temporada en la prisión. Desde entonces cuando se sentía muy solo en la celda leía  libros que le enviaba su madre y escribía poesías. Cuando salió de la cárcel empezó a colaborar con los de anarquistas de la ciudad, a través del cual publicaba, en una revista mensual, sus poesías.
Le dije que me gustaría mucho leer sus poemas y él me dijo que al día siguiente me regalaría la última revista con sus poesías.
A lo largo del corto camino que separaba los dos garajes, el nuevo y el viejo, oía las voces de la pandilla de ocupas que cantaba:
- lottiamo, lottiamo e la casa occupiamo1
Trasladé libros y trastos viejos hasta que la luz del día iluminó el garaje, pues no había corriente eléctrica.
El despertar dominical fue triste porque ambos aún estábamos ofendidos, a pesar de que hacía un día soleado y límpido:
Me levanté deprisa y salí a dar una vuelta sola. U. desayunó lentamente, pero luego me dijo que solo tenía ganas de salir. Vagabundeamos los dos por la ciudad sin encontrarnos.
Cansada de andar me paré en un mercadillo y mirando unos tenderetes encontré un viejo libro, publicado en los años cuarenta, que me llenó de curiosidad : “lettere d'amore perdute e altri racconti” de Keller, un escritor suizo del siglo XIX. Hojeándolo descubrí en lo alto de la primera página la inicial U. imprimida con un sello. Con aquel libro en mis manos me tranquilicé.
Volviendo a casa vi que  unos albañiles tapiaban la puerta de la vieja y destartalada academia de arte. Ya no quedaba ni rastro de los ocupas.
Entré por última vez en el viejo garaje y encontré en el suelo una carta con la que el poeta se despedía de mí dedicándome una poesía.
La donna solitaria
ferma sull'uscio
legge un lungo scritto,
sarà una lettera d'amore?
Le sue mani polverose tremano,
il suo sguardo è lontano
ma le sue labbra disegnano un leggero sorriso.
Sarà forse la nostalgia di un grande amore?2
U. volvió a casa también un poco más tarde. Poco a poco la calidez de la sopa de calabaza, puerros y alcaparras y la bondad de una copa de vino tinto, nos reconcilió. Volvió entre nosotros el buen humor y las ganas de estar juntos.
Nos contamos nuestras emociones y nuestros pensamientos. Mientras escuchaba a U. quien me estaba describiendo la belleza de un antiguo e histórico edificio, que aquella tarde había visitado, pensé:Gracias al hallazgo de la carta muchas historias se habían entrecruzado.
Aquel día antes de acostarme puse la carta  dentro de uno de los  libros de la estantería.
Quien sabe si algún día la volvería a encontrar y otras historias se enredarían de nuevo.


1 Luchemos, luchemos y la casa ocupemos
2 La mujer solitaria inmóvil en la puerta lee un largo poema, será una carta de amor?. Sus manos polvorientas tiemblan, su mirada es lejana, pero sus labios dibujan una ligera sonrisa. Será quizás nostalgia de un gran amor?



La lettera perduta
Quel giorno negli scaffali del vecchio garage, che stavo svuotando, nel togliere dei vecchi e polverosi libri, riapparve una grossa busta bianca, che conteneva la lettera perduta.
Finalmente dopo tanti anni era venuto alla luce quel piccolo diario, che dalla fine degli anni novanta e per quasi due anni, avevo scritto in forma epistolare a U.
Gli parlavo della mia vita insieme a lui, delle nostre storie quotidiane, dei figli, che allora avevano l'uno sei anni e otto l'altra , ma soprattutto ricordavo quel pomeriggio d'autunno della fine degli anni settanta in cui ci siamo incontrati.
Gli consegnai quella lettera un giorno afoso di luglio, prima della nostra partenza per le vacanze sulla costa catalana, dove sarei andata con i bambini. Dopo due settimane lui ci avrebbe raggiunti e poi insieme avevamo previsto di fare un piccolo viaggio nel sud della Spagna. Gli dissi che doveva leggerla la domenica successiva, che era il giorno del suo compleanno.
Notai che qualcosa del mio scritto gli aveva dato un leggero fastidio, perché quando ci siamo rivisti ne parlava malvolentieri.
Immaginai U., con un' espressione un po' malinconica, mentre leggeva la lunga lettera, seduto sul divano rosso, vicino al ventilatore, per trovare un po' di sollievo dal caldo soffocante.  con un' espressione un po' malinconica.
Durante il viaggio, mentre lui guidava e i bambini dormivano, guardavo silenziosa dal finestrino il paesaggio brullo e deserto delle Sierra Morena e mi chiedevo:
- forse leggere episodi della nostra vita intima di allora gli crea un po' d'imbarazzo, perché una volta scritti non saranno solo nostri?
- può darsi che i suoi ricordi siano diversi dai miei?
La lettera che tanto mi era piaciuto scrivere era stata dimenticata in un polveroso scaffale del garage.
La sera in cui stavo facendo il piccolo trasloco, ho salito in fretta le scale e sono entrata in casa dicendo:
- ho ritrovato la lettera smarrita!
- vedi che non sono stato io a perderla, anzi sei tu quella che tutto nasconde, disse U.
Lui non era di buon umore, a causa della stanchezza accumulata in quei giorni, sia nel lavoro quotidiano, che in quello di seguire da vicino la ristrutturazione del nuovo fondo, ma forse era anche un po' risentito per ciò che gli avevo detto quel pomeriggio:
- Sempre vuoi avere ragione e decidere tutto te.
- Tu invece non prendi mai posizioni e poi critichi quello che fanno gli altri, rispose lui.
-  Non le ho prese perché non voglio arrabbiarmi, ma oggi vorrei fare il piccolo trasloco,    esclamai quasi impaziente.
- Non te lo consiglio, sarebbe meglio aspettare un'altra settimana.
- Ma io lo voglio fare adesso, quindi lo farò da sola
- Fai come ti pare, disse lui chiudendo il discorso
Volevo cominciare a svuotare il vecchio garage, perché sentivo l'ansia tipica di quando si lasciano le cose inconcluse. Non sopportavo il dover posticipare ogni volta il trasloco di una settimana. Era tutto una mia fobia, me ne rendevo conto, ma non potevo fare altrimenti.
Ho indossato dei vecchi vestiti e me ne sono andata in garage, sfruttando l'aria tepida di quel pomeriggio di fine ottobre.
Con le mani polverose ho cominciato a leggere quella lettera, che iniziava parlando di un'altra lettera perduta scritta su una carta velina azzurra, nella quale molti anni prima, per non dimenticarli, avevo ricordato gli avvenimenti del giorno del nostro innamoramento.
- la mia vita è piena di lettere perdute, ho pensato.
Mentre prendevo e separavo i libri da conservare da quelli che potevano essere scartati, un gruppo di persone aveva sfondato, per occuparlo la porta del locale accanto, il quale era stato la sede di una piccola scuola d'arte, ormai chiusa da tanti anni.
Stavo leggendo la lettera ritrovata, quando mi si è avvicinato un gracile uomo di mezza età, proveniente dal gruppo di occupanti, che con un accento romagnolo mi ha detto di essere un poeta. E' stato molto gentile perché si è offerto di aiutarmi a trasportare le scatole di libri.
Il poeta, molto loquace ed estroverso, mi ha raccontato che era stato in carcere, poiché una notte insieme ad altri ragazzi aveva tentato un furto in un negozio di strumenti musicali. Suo nonno, venuto in città da un paese dell'Appennino, gli aveva insegnato da piccolo a suonare la fisarmonica. Ma la vita era stata dura con lui, perché aveva presto perso il nonno e il vecchio strumento musicale. Per questo il suo grande sogno era quello di possedere una fisarmonica. Non ricordava come si era trovato immischiato in quella rapina, ma la sua mente non poteva dimenticare i momenti in cui i carabinieri avevano scoperto loro con le mani nel sacco. Le cose si erano complicate e lui aveva dovuto scontare una piccola pena. Nella cella, quando si sentiva solo, leggeva i libri che gli mandava sua madre ed è stato lì che ha cominciato a scrivere poesie.
Quando è uscito dalla prigione, frequentando un centro sociale, ha conosciuto un gruppo di ragazzi anarchici e ha cominciato a collaborare con loro, pubblicando nella loro rivista i suoi poemi.
Prima di salutarci gli ho fatto capire che mi sarebbe piaciuto molto leggere i suoi versi e lui mi ha detto che l'indomani mi avrebbe regalato l'ultima rivista uscita da poco.
Lungo il piccolo tragitto che separava i locali, il vecchio dal nuovo, sentivo le voci del gruppo di anarchici che cantava:
 - lottiamo, lottiamo e le case occupiamo.
Ho portato libri e cose vecchie finché la luce del giorno ha illuminato il locale, dato che non c'era corrente elettrica.
Il risveglio domenicale è stato triste, perché entrambi ancora eravamo un po' risentiti e non abbiamo saputo apprezzare la bella e limpida giornata di sole che ci si presentava.
Mi sono alzata abbastanza presto e sono uscita a fare una lunga passeggiata. U. ha fatto colazione con lentezza, ma poi mi ha detto che sentiva un gran desiderio di allontanarsi da quella casa.
Entrambi abbiamo girato per la città senza mai incontrarci.
Stanca di camminare, mi sono fermata in un mercatino e su una bancarella di libri usati ne ho trovato uno in una vecchia edizione degli anni quaranta, il cui titolo mi ha molto incuriosita: “Lettere d'amore perdute e altri racconti” di Keller, uno scrittore svizzero di metà dell'ottocento. Sfogliandolo ho notato in una delle prime pagina un piccolo timbro il alto: U . Ho pensato che forse era l'iniziale del proprietario del libro. Con quel libro in mano mi sono rasserenata.
Ritornando a casa ho visto degli operai che muravano la porta della vecchia scuola e non c'era più nessuna traccia del gruppo anarchico.
Ho aperto per l’ultima volta la porta del vecchio garage e ho trovato per terra una lettera nella quale il poeta mi salutava dedicandomi una poesia:
La donna solitaria
ferma sull'uscio
legge un lungo poema.
Sarà una lettera d'amore?
Le sue mani polverose tremano,
il suo sguardo è lontano,
ma le sue labbra disegnano un leggero sorriso.
Sarà forse la nostalgia di un grande amore?
Anche U. è ritornato a casa dopo poco. Lentamente il calore di una minestra di zucca con porri e capperi e la bontà di un bicchiere di un buon vino rosso ci ha riconciliati ed è tornato in noi il buon umore e la voglia di stare insieme.
Ci siamo raccontati le nostre emozioni ed i nostri pensieri. Mentre ascoltavo U. che descriveva la bellezza di un antico e storico edificio cittadino che quella mattina aveva visitato, ho pensato:
 - grazie alla lettera ritrovata tutte queste storie si sono intrecciate.
Quella sera prima di andare al letto ho nascosto la lettera perduta tra alcuni libri negli scaffali.
Chi sa se un giorno l'avrei di nuovo ritrovata e altre storie si sarebbero incrociate.


lunedì 19 novembre 2012

La bisabuela en las nubes - La bisnonna tra le nuvole



Un domingo de diciembre me llamó mi hermana diciéndome que habían ingresado a mi padre en el Hospital de Barcelona. Me quedé como si me hubieran echado un jarro de agua fría, porque cuando mi madre se había caído, tres años atrás, yo tampoco estaba en casa y no lograban localizarme.
Por lo que dijo mi hermana, parecía que se trataba de una embolia cerebral. El lado derecho de su cuerpo estaba paralizado, pero su cabeza seguía funcionando bien.
Llegaron las vacaciones de Navidad y pude ir a ver a mi padre. En el avión, mientras volaba hacia Barcelona, mirando las nubes pensaba en la casa antigua donde nací y me acordé de mi bisabuela Teresa, cuyo nombre mis abuelos dieron a mi madre. Murió poco antes de que yo naciera, sin embargo en nuestra familia a menudo se hablaba de ella y quien la había conocido la recordaba con cariño, por su alegría y porque había traído una oleada de felicidad a nuestra lúgubre casa.
Mi madre a veces me contaba que su abuela Teresa era hermosa y que sus ojos eran vivarachos y negros como el carbón. Su tez morena le daba un aire exótico del que ella estaba muy orgullosa. Su pecho destacaba de su cuerpo bien proporcionado que con gracia empujaba hacia adelante mientras andaba por las calles del pueblo. Cantaba mientras cocinaba o cosía, pero sobre todo le encantaba estar con la gente. Era amiga de todo el vecindario. A menudo  los invitaba  a comer en su patio lleno de flores, gesto no del todo  común en aquella época en el pueblo.
Mi padre ya no era el mismo. Apenas podía caminar y necesitaba siempre a alguien a su lado, esto lo mortificaba mucho. Los días se volvían largos junto a él. Para pasar ratos amenos durante aquellas tardes tan frías mirábamos fotografías. Una tarde cogí una caja de lata donde se hallaban las fotos más antiguas, salían retratados mis abuelos, mi madre, mi tía. Mi padre me indicó una:
- Esa es del día de la primera boda de tu bisabuela Teresa.
Inmediatamente le pregunté:
- ¿Cuántas veces se casó la bisabuela Teresa?
Mi padre, entonces me respondió sonriendo y comenzando a contarme la historia de aquella mujer, a quien él había conocido, ya vieja pero aún guapa, cuando casándose con mi madre, fue a vivir al caserón familiar.
Ella vivía en un pueblo cercano. Su padre un día la acompañó en un carro, llevando consigo solo una maleta de cartón y un baúl que contenía su mísero ajuar y su traje de novia. Aquella misma tarde se casó con el hijo mayor de mis tatarabuelos.
En seguida, por su carácter jovial, Teresa les gustó a todos los miembros de la familia, menos a Francisco, el hermano menor de su esposo, que siempre se escabullía para no tener que hablar con ella.
Francisco era pelirrojo y su pálida tez blanca estaba salpicada de pecas. Sus padres lo metieron en un  colegio de Girona, sin embargo de vez en cuando volvía  a casa para ayudar a la familia durante la cosecha de trigo, a pesar de que el viaje fuera largo y agotador.
Al cabo de dos años, Juan, el joven esposo de Teresa, murió tras una pulmonía. Sus suegros no querían perder a la nuera y le propusieron casarse con Francisco, quien entonces acababa de cumplir veinte años, pero con una condición: debía demostrar que era fértil, pues ya que no había tenido hijos con el primer marido tenía que quedarse embarazada antes de la boda. Mientras tanto, Francisco dejó el seminario y se puso a labrar la tierra.
Mi padre no supo decirme lo que había pasado, él solo recordaba que Francisco y Teresa tuvieron cuatro hijos, dos varones y dos mujeres.
Esa misma noche, en cuanto mi padre se quedó dormido, subí al desván, donde había muchos trastos viejos amontonados, para buscar en un baúl muy carcomido alguna cosa relacionada con la historia de Teresa. Encontré, bajo unas sábanas bordadas, de color gris por lo polvorientas que estaban, algunas cartas amarillentas que Teresa había escrito a Francisco. Leyendo las cartas entendí que Teresa intuía que Francisco no la quería y que sospechaba que sus suegros, amenazándolo con desheredarlo, lo habían obligado a que se casara con ella. La cosa la entristecía mucho, por eso les pidió que le dieran un poco de tiempo para pensárselo. A pesar de que se llevaba muy bien con toda la familia, no conocía para nada a Francisco y no sabía que hacer.
- Una viuda pobre no tenía más remedio que aceptar la boda con el cuñado, le decían todos sus conocidos.
Sus padres y el párroco del pueblo hacían presión para que Teresa aceptara la oferta de la familia de su difunto marido. Pero ella dudaba y quería estar segura de que lo que hacía.
Un día se acordó de los libros que Francisco dejaba sobre las sillas del comedor, que nunca se utilizaba, pues siempre comían en la cocina. Recordó que muy a menudo se los prestaba el viejo maestro del pueblo. Por lo tanto decidió ir a verle para pedirle consejo.
El profesor, que abrazaba firmemente las ideas republicanas, le dijo que no era justo que una mujer se viera obligada a casarse con un hombre que casi desconocía. Le aconsejó que escribiera una carta a Francisco.
- La correspondencia, para evitar levantar sospechas, puede pasar por mi casa. Le dijo el maestro.
Y le confesó que Francisco la rehuía porque, siendo aún muy joven e inexperto en amores, se sentía inseguro y estaba cohibido. Teresa no se lo podía creer, siempre había pensado que ella a él le caía mal.
Habían vivido algunas temporadas bajo el mismo techo y no sabía casi nada de él. Sólo lo conocía a través de los libros que leía.
En seguida él le contestó y luego le siguió escribiendo cartas muy largas. Poco a poco empezaron a conocerse y por carta se citaron para verse escondidas en el desván de la casa.
Cada noche hablaban a la luz de una vela, hasta que caían muertos de sueño. Lo primero que hacían era entablar conversaciones a cerca de los libros leídos, pero a medida que pasaban los días empezaron a salir sus sentimientos y las cartas fueron cada vez más apasionadas.
Una noche hicieron el amor sobre un viejo colchón y se sintieron felices a pesar de su amor clandestino.
Al cabo de unas semanas Teresa supo que estaba embarazada. Por aquel entonces, sus suegros, al ver que no pasaba nada, le dijeron que les entristecía mucho tener que comunicarle que ya no podían esperar más y que al día siguiente un carro la llevaría a su pueblo natal, donde una tía le daría cobijo.
Francisco se sonrojó cuando anunció a sus padres que Teresa estaba esperando un hijo suyo. Todo el mundo saltó de alegría, y prepararon la boda deprisa y corriendo.
- ¿Por qué mi madre no me había contado aquella bella historia de amor?
Al día siguiente volví al desván y por casualidad encontré en una vieja maleta las cartas que Francisco había escrito a Teresa.
Las leí casi todas, eran muy hermosas. Las desempolvé y las puse junto a las otras, pero me quedé con una de las cartas, la escondí entre las páginas del libro que en aquellos días estaba leyendo.
Volando hacia Italia, sobre las nubes, tomé mi libro y leí de nuevo la carta de mi bisabuela. 

Querido Francisco,
como en un sueño, entré en vuestra casa a los dieciocho años. Juan, tu hermano que tenía seis años más que yo, siempre fue amable conmigo y me respetó durante todo el tiempo que vivimos juntos.
Tu te estarás preguntando si le quise. Te puedo confesar que le admiraba por su bondad e inteligencia y que sufrí mucho cuando murió. Juan fue mi único y fiel pretendiente desde los quince años. A pesar de que al principio le tuviera miedo, poco a poco me fui acostumbrando a él. Mis padres, siendo pobres, vieron en Juan una buen partido. Yo no podía defraudarlos, por lo que, sin estar enamorada, acepté casarme con él.
Mi matrimonio ha durado muy poco, pero en esos dos años he aprendido muchas cosas. Todos los miembros de tu familia se portaron bien conmigo. Siempre me apoyaron, incluso cuando les propuse hacer una serie obras en el caserón, cosa que nadie había hecho.
Tú me rehuías escondiéndote detrás de tus libros. Te he ofendido en algo sin darme cuenta? De vez en cuando me dejabas un libro en una silla, que yo leía a escondidas mientras todos estabais durmiendo la siesta. 
Me encantaría hablar contigo.
Espero que me contestes
Teresa

Volví a poner la carta dentro del libro, diciéndome:
-  ¡Qué mujer tan valiente e inteligente fue mi bisabuela!
Luego me puse a mirar por la ventanilla las nubes pensando en mi padre, solo en el caserón, sin embargo, recordando sus progresos, sentí un poco de alivio.
Poco a poco sin darme cuenta me quedé dormida.  


La bisnonna tra le nuvole

Una domenica di metà dicembre ho ricevuto la chiamata di mia sorella.

- Ma dove eri? E’ da più di un’ora che ti sto chiamando, disse quasi urlando.

Poi, un po’ più calma, mi raccontò che mio padre era stato ricoverato in ospedale. Quella notizia è stata per me come una doccia fredda. Anche quando mia madre era caduta, tre anni prima, era successa la stessa cosa, il telefono squillava a vuoto.

Da quello che mia sorella diceva, sembrava che mio padre avesse avuto un’embolia celebrale. La parte destra del corpo era compromessa, ma la sua testa era ancora lucida.

- I dottori dicono che con alcune sedute di fisioterapia recupererà molti movimenti. Non è una cosa grave come sembrava all’inizio. Mi sono presa un bello spavento e tu senza farti viva.

Dopo pochi giorni, approfittando dall’inizio delle vacanze di Natale, sono partita per andare a trovare mio padre. In aereo, mentre volavo da Firenze a Barcelona pensavo a lui, che da quando era rimasto vedovo viveva da solo nella vecchia casa. Solo negli ultimi mesi aveva accettato che di notte una badante dormisse nella stanza accanto alla sua. Rimuginavo sull’inesorabile destino di quella casa e lo confrontavo col suo passato pieno di vita. Guardando le nuvole, mi è venuta in mente la bisnonna Teresa, quella che aveva dato il nome a mia madre. Non l'avevo mai conosciuta, ma tutti la ricordavano con affetto. Era una donna allegra e ridanciana, che sposandosi col mio bisnonno, aveva portato nella vecchia casa una vampata di felicità.

Mia madre mi raccontava che sua nonna Teresa aveva un bel viso con dei grandi occhi neri come il carbone. La sua carnagione scura le dava un' aria esotica di cui lei era orgogliosa. Il suo seno prominente risaltava in un corpo ben proporzionato. Lei era fiera del suo petto, che spingeva in fuori camminando per le vie del paese. Cantava mentre cucinava o quando cuciva, seduta nel cortile. Amava stare con la gente, ben presto si era fatto amico tutto il vicinato. Invitava spesso parenti e amici a mangiare nel suo patio pieno di fiori, gesto non molto comune nel paese.

Trovai mio padre cambiato. Camminava a stento, aveva bisogno sempre di qualcuno, questo lo mortificava. Le giornate col malato scorrevano lente. La mattina lo portavo fuori e seduti su una panchina gli leggevo il giornale. Dopo pranzo lui faceva un sonnellino piuttosto lungo, poi gli preparavo un infuso e giocavamo a carte. Un pomeriggio abbiamo guardato fotografie. Da una vecchia scatola di latta, dove erano raccolte le fotografie più antiche, ne ho tirato fuori alcune, dove apparivano, i miei nonni, mia madre e la sorella. Poi lui me ne ha indicato una.

- Questa è la fotografia del giorno delle prime nozze della tua bisnonna Teresa, disse mio padre.

- Ma quante volte si è sposata la bisnonna?

Mio padre cominciò a raccontarmi la storia di quella donna, che lui aveva conosciuto il giorno in cui andò ad abitare nella casa della famiglia di mia madre.

La bisnonna era arrivata da una frazione vicina, su un carro accompagnata dal padre, con un baule che conteneva il suo corredo. Si sposò con Juan, il figlio maggiore dei miei trisnonni. Subito si sentì amata, per il suo carattere gioviale, da tutti i membri della famiglia, tranne che da  Francisco, il figlio più piccolo. Francisco aveva un bel viso incorniciato da folti capelli rossi. I suoi genitori l'avevano mandato a studiare in collegio in una città vicina. Ogni tanto, però, nel periodo dei raccolti, ritornava a casa, per aiutare la famiglia.

Dopo due anni Juan morì di polmonite. I suoceri non volendo perdere la brava nuora, le proposero di maritarsi con Francisco, allora ventenne, ma a una condizione: doveva dimostrare di essere fertile, rimanendo incinta prima del matrimonio. Nel frattempo Francisco lasciò gli studi e dovette prendere le redini dei lavori agricoli.

Mio padre non seppe dirmi come andò la vicenda del secondo sposalizio della bisnonna, ma si ricordava che Teresa e  Francisco avevano avuto quattro figli: due maschi e due femmine.

L’indomani, mentre lui dormiva, andai in soffitta a cercare qualche testimonianza di quella storia. In una valigia trovai le lettere ingiallite che Teresa aveva scritto a  Francisco. La calligrafia era bella, da cui dedussi che Teresa aveva avuto la fortuna di frequentare la scuola primaria. Lessi tutte le lettere, poi ne presi una e la infilai tra le pagine del libro che stavo leggendo.

Dalla fitta corrispondenza capii come era andata la faccenda. Teresa credeva di non piacere a Francisco e sospettava che i suoi suoceri stessero minacciando di diseredarlo, se non avesse accettato lei come sposa. Questo pensiero la rattristava molto. Lei si trovava bene in quella famiglia, ma conosceva appena  Francisco e lui sembrava volere scappare ogni volta che si incontravano. Cosa doveva fare? Una donna vedova e povera non aveva molte scelte, le dicevano tutti. I suoi genitori e il prete del paese la spingevano ad accettare la proposta della famiglia del suo defunto marito. Ma lei dubitava.

Un giorno le vennero in mente i libri che  Francisco lasciava su una sedia della sala da pranzo, stanza dove non entrava mai nessuno, la famiglia consumava tutti i pasti nella grande cucina. Aveva sentito dire alla suocera che  Francisco prendeva i libri in prestito dal vecchio maestro del paese. Allora decise di andare dall'insegnante per chiedergli consiglio.

Il maestro, che abbracciava fermamente le idee repubblicane, le disse che non era giusto che una donna si vedesse obbligata a sposare un uomo quasi sconosciuto. Le consigliò di scrivere una lettera a  Francisco. La corrispondenza, per non destare sospetti, poteva essere indirizzata al maestro.

- Ma lui mi ignora ed è sempre scontroso, disse Teresa.

-  Francisco agisce così perché è inesperto in amore ed ha paura di fare brutte figure.

Teresa non ci poteva credere, aveva sempre pensato che lui non fosse interessato a lei. Scrisse una lettera a  Francisco. Lui rispose subito. Cominciarono così, con l’aiuto del maestro, una lunga corrispondenza. Una notte si diedero appuntamento in soffitta. All’inizio si sentivano un po’ in imbarazzo. Francisco acese una candela e cominciò a parlare del libro che stava leggendo. Teresa lo ascoltava concentrata e ogni tanto gli chiedeva qualcosa.

Via via che passavano i giorni imparavano a conoscersi e piano piano a capire i loro sentimenti. Le lettere diventavano sempre più appassionate. Una notte si amarono su una vecchia pancaDopo qualche settimana Teresa capì di essere incinta. Francisco ne fu molto contento.

In quei giorni i suoceri, vedendo che niente accadeva, fecero sapere alla nuora che non potevano aspettare più a lungo e che tra due giorni sarebbe stata riaccompagnata dalla sua famiglia di origine.  Francisco arrossì mentre annunciava:

- Teresa aspetta un figlio mio.

Tutti saltarono dalla gioia e prepararono in fretta e furia le seconde nozze.

- Perché mia madre non mi aveva mai raccontato quella bella storia d'amore? Mi domandai.

L'indomani ritornai in soffitta e ritrovai in un baule alcune lettere che Francisco aveva scritto a Teresa. Dopo averle lette, le ordinai e le misi, insieme alle altre. Raccontai a mio padre della scoperta, ma lui non sembrava molto interessato a quelle lettere.

- Prendile, io non so cosa farne.

Mio padre piano piano cominciava a muovere la parte destra del corpo, non bisognava più imboccarlo. Dopo le feste sono ripartita per Firenze. Mentre volavo verso l'Italia ho riletto la lettera che avevo nascosto nel mio libro.

Caro Francisco,

come in un sogno sono stata catapultata nella vostra casa, quando avevo appena diciotto anni. Tuo fratello, più grande di me di sei anni, è stato sempre gentile e mi ha voluto bene durante il breve tempo che abbiamo vissuto insieme. Ti chiederai se anch’io lo amavo. Ti posso dire che ammiravo la sua bontà e la sua intelligenza. Juan è stato il mio primo e fedele pretendente, allora avevo quindici anni e ne ero intimorita, ma lentamente mi abituai a lui. I mie genitori, essendo più poveri di voi, vedevano in  Juan un buon partito. Io non potevo deluderli, per cui, anche se non ne ero innamorata, acconsentii alle nozze. Il mio matrimonio è durato così poco. Ho trascorso due anni belli a casa vostra. I tuoi mi hanno fatto sentire sempre a mio agio. Mi hanno permesso di fare piccole lavori di muratura nella vostra casa secolare, cosa che nessuno aveva mai osato fare prima.

Tu invece mi sfuggivi sempre. Forse senza volere, ti ho fatto qualcosa di male? Quando entravo in cucina ti nascondevi dietro i tuoi libri. Ogni tanto ne lasciavi uno dimenticato su una sedia che io leggevo di nascosto, mentre tutti dormivate la siesta.

Ho sofferto dopo la morte di Juan, ma adesso ho voglia di rinascere.

Vorrei tanto che tu mi rispondessi

Teresa

Ho rimesso la lettera dentro del libro e mi sono detta:

- E’ stata brava la bisnonna a fare il primo passo, ha agito con intelligenza e coraggio.

Ho guardato a lungo dal finestrino le nuvole e ho pensato di nuovo a mio padre nella vecchia casa, mi sono sentita un po’ sollevata ricordando che non era da solo e senza quasi accorgermi, mi sono appisolata.